Cuando la razón duerme
Un tema que ha obsesionado desde siempre a Woody Allen es la búsqueda de un móvil para superar una existencia dominada por el pesimismo.
En su última película, el protagonista, Abe Lucas, interpretado magníficamente por Joaquin Phoenix, no puede ser más adecuado para llevar adelante esas premisas. Es un profesor de filosofía polémico y transgresor, limítrofe entre el heroísmo y la locura peligrosa. Acosado por sus propios demonios, desenfadadamente borracho y con fama de mujeriego, este personaje es una máquina de afirmaciones nihilistas y pesimistas. Sumergido en una profunda crisis personal, ha dejado de escribir ensayos para retirarse a dar clases en una pequeña universidad de la conservadora Nueva Inglaterra, donde ha llegado la fama de su pasado como brillante intelectual y también su donjuanismo indiscriminado, por lo que una de las profesoras afirma que su llegada va a ser “como inyectar viagra” a los vetustos claustros académicos.
En efecto, desde su arribo al tranquilo campus universitario, empieza a demoler certezas, ironizando incluso sobre sí mismo y su trayectoria intelectual, que según él no le ha servido mínimamente para cambiar ninguno de los males que aquejan al mundo. Descreído de los discursos racionales destila desde su nueva cátedra un escepticismo radical ante un público mayoritariamente femenino, que lo escucha con asombrada admiración. Con su actitud de choque, en ese ambiente donde todo se muestra amable y simple, el profesor se relaciona con dos mujeres: una veterana profesora (Parker Posey), que lo acosa sexualmente y Jill, una de sus alumnas más brillantes (Emma Stone).
El azar como protagonista
El film da una inesperada vuelta de tuerca cuando de pura casualidad, mientras pasea amigablemente con su alumna, ambos escuchan la conversación de unos desconocidos: a una mujer la han privado de ver a sus propios hijos por causa de un juez corrupto. Esta circunstancia acerca al personaje al universo de Dostoievski, uno de sus autores de cabecera.
Convencido de que el mundo podría ser mejor si una persona mala deja de existir, el protagonista empieza a pergeñar una especie de acto redentor. Se propone eliminarlo amparado en la impunidad de que al tratarse de un extraño, no hay motivo ni causalidad que lo vincule con el delito. A partir de entonces, la personalidad del protagonista y el tono de la película dan un giro que la convierten en algo mucho más denso y perturbador.
“Hombre irracional” está plagada de referencias intelectuales (Kant, Heidegger, Hannah Arendt, Dostoievski, Kierkegaard, Freud, Sartre y Simone de Beauvoir), un repertorio de pensadores muy populares entre los jóvenes universitarios de la década del sesenta, a la que también pertenece la versión instrumental de Ramsey Lewis Trio, el leit-motiv de la película que acompaña los momentos lúdicos del film.
Cuando el tono se oscurece, el sonido ambiental es lo único que permanece y resalta como el silencioso inicio y el contundente final.
Perversamente ética
Phoenix y Stone están impecables en sus papeles, ya que aportan matices diversos y por momentos complementarios: la juventud y la madurez, la experiencia desengañada frente al asombro entusiasta. La temática de esta fábula contada con originalidad y audacia la empareja a “Match Point” y “Crímenes y pecados” girando sobre el azar, los dilemas éticos y el crimen perfecto, tópicos favoritos del director.
La película ofrece detalles mínimos y realistas, junto a planos escuetos y simbólicos, como la escena donde Abe y Jill se reflejan en un espejo circense que les devuelve una imagen distorsionada de ellos mismos, donde solamente la belleza de ella resiste.
De modo rigurosamente intelectual, el profesor va moldeando una ética tan perversa como convincente, pero en el fondo tan deforme como el reflejo del espejo citado, abriendo una puerta que lleva a otras, sin retorno. Todo en una mezcla de géneros en los que Allen pasa de la comedia al drama, incluso el thriller donde la historia fluye entretenida y fresca, nunca superficial ni menos inocente.