Lo que pudo haber sido
Tamaño problema el de Hombres de mentes (horrible título local para The men who stare at goats): centrándose en un personaje que dice pertenecer a una fuerza especial del Ejército norteamericano que se fundó a la sombra del hippismo, y que creía en la paz a través del dominio de la mente, en vez de la guerra a partir de la violencia armada, el director Grant Heslov y el guionista Peter Straughan se empecinan una y otra vez en generar humor a partir de dejar en ridículo a su propio personaje. Y así, el film reduce a un chiste que se repite demasiado la potencial fuerza del relato: la aparición de la fantasía como sátira de lo político. Y no es lo único para cuestionar aquí, siendo el film un constante “lo que pudo ser y no fue”.
Hombres de mentes también pudo ser endiabladamente cómica. Lo es en su prólogo y durante varios minutos más, pero no siempre atina con el disparo. Un elenco integrado por Ewan McGregor, George Clooney, Kevin Spacey y Jeff Bridges merecía mejor destino o, al menos, no ser utilizados como única posibilidad de comicidad: el personaje de Bridges parece un remedo del suyo de El gran Lebowski, es como si el Dude hubiera entrado al Ejército. Aquí el periodista Bob Wilton (McGregor), tras un desengaño amoroso, decide probar suerte como corresponsal de guerra y se va a Irak, donde por casualidad conoce a Lyn Cassady (Clooney), agente de la fuerza antes mencionada. A partir de ahí el relato alternará con el pasado para contar los comienzos de esta brigada y la manera en que aquel ideal se desplomó.
Decíamos al comienzo que uno de los problemas del film es que continuamente se toma para la burla a Cassady. Si según la leyenda, la novela en la que se basa la historia tendría datos ciertos, por qué motivo la película se empeña no en mostrar el absurdo de que una persona disipe una nube con la mente -que, convengamos, lo es por más que sea real-, sino la imposibilidad de que esto sea cierto. Básicamente el problema con el que se enfrenta Heslov es que construye un universo disparatado para -al menos en buena parte del relato- burlarse de él y no intentar comprenderlo. Hombres de mentes tiene pasajes que se parecen en mucho al cine de los hermanos Coen. Y no a sus mejores películas.
La sátira, género al que quiere ceñirse Hombres de mentes, es compleja de llevar a cabo. Por un lado debe proponer un espacio construido a partir de restos de verdad, pero que además pueda doblarse hasta volverse irrisorio: allí sí funciona la burla, porque antes se nos mostró a alguien capaz. No es este el caso, toda vez que los supuestos poderes de los integrantes de esta fuerza de elite paranormal son vistos con un dejo de sorna. Convengamos que de ahí puede salir estupenda comicidad (la escena de la mina que hace estallar el auto es un ejemplo positivo de puesta en escena), pero siempre y cuando que el film no nos pida creer en esos personajes. En algún momento uno debería poder identificarse con ellos y no suponer que son unos nabos.
Hombres de mentes juega continuamente con una idea de guerrero Jedi -chiste autoconsciente si tenemos en cuenta la actuación de McGregor- que se enfrenta al mundo con un arma al que revela como invencible: la mente humana y su función pacificadora. Desde ese punto de vista, el film de Heslov es lo suficientemente demócrata como para convencer a las almas nobles (recordemos que Heslov fue guionista de Buenas noches y buena suerte de Clooney), pero lo bastante astuta como para no tomarse demasiado en serio y no pecar de ingenua.
Que básicamente es eso, una mirada simpática sobre una posible forma de enfrentarse al poder militar y capitalista. El final es claro respecto a eso: Wilton le habla directamente al espectador y le dice que hoy por hoy la única forma de pasar al frente es enfrentando a la parte oscura de la fuerza y reitera que más que nunca, hoy son necesarios los jedais como reserva moral de la humanidad. Parece un exceso de cinefilocentrismo (término que le pido prestado al colega Marcos Vieytes), de poner al arte en un lugar un poco excesivo. Pero si uno mira bien, no hay otra manera de recordar al hippismo que desde la ingenuidad y las buenas intenciones. Y en eso Hombres de mentes es totalmente coherente.
Al final, entre tanto desnivel, la película se termina definiendo, sí, por lo que es: una comedia menor y simpática, que recuerda al pasado como un lugar donde todavía había espacio para ciertas fantasías colectivas. Y le pone, en la coda, la tapa fatal que habla del fracaso de una generación.