No me gusta Barry Sonnenfeld. Me parece un tipo exagerado, un individuo que confunde lo cómico con lo grotesco. No me gustó para nada ver cómo masacró el humor blanco que caracterizaba la serie de TV de culto Los Locos Adams y lo reemplazó por una catarata de excesos visuales en su desabrida remake. Menos me gustó su segunda parte, ni tampoco me gustaron la mayoría de los filmes restantes de su obra - como Wild Wild West o ese engendro apocalíptico que fue RV, por el cual merecería el empalamiento perpetuo -. Si Sonnenfeld tuvo un momento de lucidez en su carrera, fue con Get Shorty y la primera Hombres de Negro: allí había una comicidad sutil, balanceada con un libreto inteligente. Después de eso la carrera de Sonnenfeld se sumió en una sucesión imparable de fracasos que terminaron por convertirlo en un proscripto de la pantalla. Ahora, después de 6 años de impasse, Sonnenfeld regresa con esta secuela tibia y poco entusiasta. Seguramente el cineasta debe haberle llorado la carta a medio Hollywood para recaudar apoyos y dólares que le dieran una chance de revivir su malograda carrera, justo con una franquicia que él mismo se encargó de enterrar en el fango en el 2002.
Sin dudas los números han favorecido a Hombres de Negro 3, aunque buena taquilla no siempre es sinónimo de buena película. En el caso que nos ocupa las cosas son bastante dispares - no hay tantos gags ni son tan graciosos como debieran, pero al menos el libreto es imaginativo y hay un par de perfomances descollantes -, con lo cual el resultado final es más que nada simpático y tibiamente efectivo.
La primera hora no es muy buena. Primero, porque Sonnenfeld vuelve a irse en vicio con los gags visuales (esa manía por el humor físico o slapstick) y, segundo, porque la perfomance de Tommy Lee Jones es extremadamente mala. ¿Qué le pasó a este hombre?. No sólo parece un muñeco de cera pintarrajeado y envejecido sino que es totalmente inexpresivo y carente de gracia. Es cierto que el personaje se siente melancólico y vencido, pero da la impresión que Jones estuviera tremendamente incómodo y trabajando a reglamento. Es posible que los numerosos problemas de rodaje - arrancaron la filmación con sólo un tercio de la historia escrita y, encima, hicieron un parate de varios meses en el medio - afectaran su humor y su interpretación. A Smith le pasa algo parecido, aunque el moreno logra recuperarse cuando la historia se planta en el pasado. Por contra, el que es una gozada es Josh Brolin, quien imita los manerismos de Tommy Lee Jones a la perfección (hace de la versión joven del agente K). El filme logra despegar cuando Brolin aparece en pantalla; a esto se suma la deliciosa perfomance del villano - un jugoso Jermaine Clement, el cual hubiera merecido más tiempo en pantalla - y un personaje secundario rico en posibilidades: un ser multidimensional (compuesto por Michael Stuhlbarg) capaz de ver todos los futuros posibles simultáneamente y con meses de anticipación. Es una lástima que el filme no se haya dedicado a explorar en profundidad todas las posibilidades que generan este hallazgo, y lo relegue a un rol anecdótico y casi decorativo.
Hombres de Negro 3 sobrevive por Brolin y por esos personajes. Ok, hay versiones muy anticuadas de los chiches de alta tecnología que hemos visto en otras entrega de la saga, pero tampoco el libreto se ensalza con eso. Por contra, la historia comienza a ponerse cada vez mejor cerca del final, en donde empieza a funcionar dentro de los carriles propios del género de los viajes en el tiempo - con multiples opciones y paradojas temporales -. No es que haga algo novedoso sobre el tema, pero al menos lo resuelve de manera inteligente.
En sí, Hombres de Negro 3 supera a la 2 por lejos; es más consistente y satisfactoria en términos de ciencia ficción, y es simpatica sin ser hilarante. Quizás Sonnenfeld haya viajado al Tibet y haya aprendido los beneficios de la mesura, en donde menos es mas, y lo óptimo no es siempre lo mejor (o lo más caro). Y aunque no es una gran película, al menos es un entretenimiento potable que uno puede recomendarle a un amigo sin poner en serio riesgo la amistad.