En busca de un pasado reparador
Las presencias de Will Smith, Tommy Lee Jones, Josh Brolin y Emma Thompson no alcanzan para salvar la película. Lo más interesante es su arista filosófica, al plasmar una idea latente en el cine actual: la importancia del “tiempo” en sus diferentes niveles operativos.
Podrá enrostrárseles a los hacedores de Hombres de negro 3 su apego a lo vacuo, el atraso formal hasta la era pre-Avatar que implica el uso del 3D como mero chiche audiovisual, la indefinición tonal entre buddy movie, ciencia ficción y drama con moraleja incluida, e incluso la incapacidad para atar al gestual y verborrágico Will Smith, cuya mejor película sigue siendo aquella en la que menos habla, la distópica Soy Leyenda. Pero no se les puede criticar el desconocimiento de las bases teóricas de la materia cine: “El prerrequisito de un chiste es que sea gracioso”, dirá en algún momento el agente J (Smith) ante la flamante ejecutiva de la agencia secreta encargada del control alienígena, la agente O (Emma Thompson en plan “laburo para llegar a fin de mes”). La frase es la validación de que los ¡cuatro! guionistas encabezados por Etan Cohen (el mismo de las excelentes La idiocracia y Una guerra de película) apoyaron la cola en la silla y estudiaron. Lástima que no lo suficiente para saltar el largo trecho entre el dicho y el hecho.
No sería de extrañar que un partidario del Tea Party se embelese con el planteo inicial del film de Barry Sonnenfeld: una cárcel de máxima seguridad en la Luna, a metros de la banderita eternamente tersa plantada en 1969, en la que se recluyen los despojos más peligrosos para la paz en la Tierra. O en Estados Unidos, lo que para Hollywood, se sabe, es prácticamente lo mismo. Pero la tecnología siempre es falible, y Boris El Animal escapa rumbo a este planeta para vengarse de su verdugo carcelario, el agente K (Tommy Lee Jones), sin vinculación aparente con la coyuntura argentina. Giros argumentales y fracturas del tiempo mediante, J descubrirá que su compañero murió en acción a manos del malvado de turno hace cuarenta años. ¿Hay alguna solución? Sí, claro, si no no habría película: regresar hasta la época del Apolo 11 para evitar la pérdida de su futuro camarada.
Lo más interesante de Hombres de negro 3 es su arista filosófica. El film de Sonnenfeld hace carne una idea latente en las series y el cine mainstream actual, en lo que quizá sea un coletazo tardío del 11-S: la preponderancia del tiempo en sus diferentes niveles operativos. Esto es; su capitalización (El precio del mañana), un desplazamiento narrativo a una temporalidad pretérita más piadosa que la contemporánea (desde Eastwood hasta Scorsese, pasando por Roland Emmerich e inluso J. J. Abrams en Súper 8), la implementación de microrretornos (8 minutos para morir), todas ideas aquí presentes y vertebradas por las aspiraciones de reparar en el pasado errores de consecuencias gravosas en el presente. El problema es que esa significación surge de un film anodino, que derrapa con un volantazo de supuesta profundidad psicológica de los personajes y que busca suplir con efectos especiales la ausencia de una mínima comicidad. Esa que los guionistas tan bien conocen, al menos en los papeles.