La vida en Irak antes y después de la ocupación post 11-S. Ese es el tema de Homeland (Iraq Year Zero) que permite iluminar lo general a partir de lo particular. O lo que, irónicamente, es casi lo mismo: asomarse durante algunas horas a la humanidad oculta detrás de los números, las masas, la realpolitik. Abbas Fahdel registra a los habitantes (muchos de ellos miembros de su propia familia) de una Irak que, a fines de 2002, sufría las consecuencias de desmanejos y desgobiernos propios y ajenos: una previsora bomba de agua casera, encuentros y cenas fuera de Bagdad, juegos infantiles al aire libre, el pasado remoto que siempre vuelve y el presente, en lo cotidiano y a través del prisma oficial del tubo de los televisores. En estricto fuera de campo, la llegada de los primeros soldados y misiles hace las veces de intervalo antes de una segunda parte en la que todo ha vuelto a cambiar, donde ni las calles ni aquellos que las transitan pueden ya ser los mismos. Fahdel logra con Homeland no poca cosa: que el espectador comprenda cabalmente varias de las consecuencias de las políticas globales en los seres humanos y algunas de las causas del estado del mundo de hoy.