La historia de un conejo renegado
Personajes animados y actores de carne y hueso se conjugan en este film, cuya trama expone el peligro que corre el reparto de huevos de Pascua. Situaciones trilladas que ni siquiera la gracia de David Hasselhoff logra rescatar.
Hop cuenta la historia de un conejo destinado a heredar el trabajo de Conejo de Pascua. Aclaremos que acá la Pascua es vista con un carácter no religioso. Es más bien una especie de Navidad en abril, donde lo que se regala es básicamente chocolates y dulces, todos alrededor de las figuras de los huevos de Pascua y del conejo que, según esta tradición, oficiaría de Papá Noel del chocolate. Tal vez en el hemisferio sur este personaje no tenga mucho peso, ya que uno de sus posibles orígenes es la metáfora de la reproducción que llega con el final del invierno en el norte del planeta. Posiblemente sea demasiado para explicar que Hop es un film donde se intenta explotar una nueva variable de “festividad en peligro”, esta vez centrada en los huevos de Pascua y demás dulces que se entregan ese día. Las similitudes con la Navidad y Papá Noel son muchas, pero tal vez un espectador argentino podría sentirse poco identificado con tal euforia. Al héroe en cuestión, un hijo que no desea heredar el cetro de su padre, se le sumará un humano que tampoco sabe seguir los designios del suyo. Juntos vivirán una serie de trilladas y poco divertidas situaciones, y cualquiera que haya visto varias películas infantiles sentirá que no hay absolutamente nada nuevo bajo este sol. Peor aun, lo repetido puede funcionar si tiene gracia, pero gracia es lo que le falta justamente a la trama. Algunas canciones –el conejo sueña con ser baterista– y la presencia graciosa y delirante de David Hasselhoff (protagonista de El auto fantástico y Baywatch) van tratando de dotar de vida a una película que avanza a duras penas. Como todo film que falla, Hop expone sin poder controlarlas todas las sospechas mercantilistas que otros films también tienen, pero que logran volver secundarias con respecto a sus valores cinematográficos. Uno no puede pensar otra cosa más que en una invitación gigantesca y descarada al consumo masivo de chocolates y dulces durante la Pascua, antes de la misma y después de ella. Incluso los más impacientes pueden salir de la sala y comprar productos para alimentar no el cuerpo sino el consumo. Sí, es verdad, toda la ternura del bello conejito parece disolverse si uno lo piensa así. Pero no es culpa de uno, es culpa de la poca pericia que los que hicieron Hop le pusieron a la película.