La vida de Naldo es tan austera como monótona. Todos los días camina desde su casa, donde vive solo, hasta el garaje en el que, desde hace años, se ocupa de registrar la entrada y la salida de los vehículos y de organizar todas las tareas cotidianas.
En ese amplio local él también sueña, frente a los lujosos autos que están allí estacionados, con conducir sin problemas algunas de esas máquinas que su destino nunca podrá poner en sus manos. La observación paciente de todas estas situaciones construye la materia con la que se moldea un meticuloso relato visual, y sobre esta base se erige la columna que da sustento al film a la que el director Diego Bliffeld supo acompañar con auténtica emoción.
El escritor Marcelo Cohen, una de las figuras más sobresalientes de la literatura argentina actual y autor de la historia original, se encargó con su voz en off de relatar las idas y venidas de ese Naldo (muy buen trabajo de Manuel Vicente), y así la historia se desarrolla casi sin diálogos, lo que le da una estructura atípica y plena de candor y de poesía.
Así los pensamientos del protagonista, su presente y su posible futuro se van desarrollando dentro de un mismo ámbito (el garaje) y al compás de todas y de cada una de las pobres peripecias en las que se ve envuelto ese hombre taciturno inserto en su pasión por los automóviles y en esperar que su suerte finalmente pueda cambiar.