Algunos hombres buenos
El clasicismo en el cine puede ser una experiencia conservadora, por la manera en que se adquieren formas ya consagradas y anquilosadas, estructurándolas dentro de un relato compuesto por segmentos reconocibles que aportan seguridad al espectador. Es como la vivencia del niño, viendo una y otra vez una misma película porque eso le permite estar seguro respecto del recorrido que tomarán los personajes y del final feliz consiguiente. Sin embargo, en este presente de búsqueda constante de la novedad, de la sobrevaloración del elemento original, se podría decir que el clasicismo es también una forma de impensada subversión. En un tiempo donde el mainstream reproduce relatos en los que el ritmo acelerado y la necesidad de episodios constantes y personajes hiperbólicos generan en el espectador un estímulo interminable, casi adictivo, apostar desde una producción de gran presupuesto y aliento masivo a una forma de contar pausada, donde los personajes se construyan de manera sólida y progresiva, y la narración fluya sin subrayados ni digresiones temporales, es decididamente una decisión política.
El clasicismo en el presente puede ser tanto una cuestión estética (Eastwood, Spielberg son grandes referentes en el cine norteamericano actual), como una forma artesanal de afrontar el cine ante la ausencia de una mirada propia o autoral. Digamos, un organizador del eclecticismo. El director Craig Gillespie, el mismo de Enemigo en casa, Lars y la chica real, la remake de Noche de miedo o Un golpe de talento, demuestra tener a lo largo de su filmografía una fórmula maleable para acercarse a la comedia, la cual pone en crisis atravesando diversos géneros y tonalidades: desde lo indie a lo incorrecto, desde el terror a lo familiar. Pero en Horas contadas, un relato que si bien tiene pequeños momentos de humor no es decididamente una comedia, Gillespie se revela como eso que asomaba solapadamente: un artesano confiable, incluso un tipo con múltiples recursos pero que nunca pierde el timón de lo que quiere contar. Esa precisión del relato, que se va cocinando progresivamente hasta alcanzar un final realmente emotivo, es lo que sobresale en su nueva película para Disney.
Horas contadas muestra una tragedia marítima ocurrida en 1952, y se vale del “basado en hechos reales” no para abrumar con lo administrativo y la recreación histórica virtuosa, sino para darle cierto carácter verosímil a la fantasía que tiene entre manos. Por un lado el desastre, un barco petrolero partido al medio y una treintena de marinos varados en altamar, y por el otro una patrulla destinada a su rescate con todas las de perder. Tenemos dos focos fuertes de información, dos grupos de profesionales tomando decisiones de vida o muerte, dos subtramas que se ensamblan y bifurcan a partir de un hecho común: una terrible tormenta que asola la costa de Nueva Inglaterra. El barco quebrado queda al mando del técnico Ray Sybert (Casey Affleck), alguien que toma decisiones a partir de elementos matemáticos, incapaz de avanzar cediendo ante la ansiedad que condiciona lo humano. Un tipo calculador, algo frío y distante. Sin familia, se nos remarca. Por su parte, la patrulla de la guardia costera, tripulada por cuatro hombres, tiene al mando al inseguro Bernie Webber (Chris Pine), que arrastra una tragedia anterior y que no responde al prototipo viril que la masculinidad indicaba en la América de los años 50’s: su novia es la que le pide matrimonio, su figura es totalmente avasallada por compañeros y superiores. Su dilema es hacerse respetar y mostrarse como un tipo capaz.
Con sabiduría meridana, Gillespie orquesta la tragedia mostrando lo justo y necesario (y dosificando notablemente no sólo la información, sino además el derrotero entre los diferentes espacios -de los barcos a la costa- donde se definen las cosas): ni siquiera se atraganta con el dominio de la técnica y la imponencia de los efectos especiales. Nos ofrece, como realizador, las imágenes justas. Lo que le importa, está claro, es la construcción de esos dos personajes que precisan demostrar autoridad y son puestos en crisis constantemente por el entorno. Lo que emociona de la travesía es la forma en que cada personaje logra el objetivo, la paciencia a la que apelan como método de subsistencia, que es a su vez la que el propio director pone a jugar narrativamente: paciencia que es igual a clasicismo, a interpretar los tiempos justos de la historia. Horas contadas se construye a partir de la coherencia y solidez de Bernie y Ray, y de las notables actuaciones de Affleck y Pine, quienes expresan sólidamente la inseguridad de sus criaturas, pero también la honestidad intelectual y una forma de afrontar los hechos: lo de ambos personajes es sutil, sobrio, como también lo es la manera en que el director maneja las emociones del relato. En Horas contadas hay una llamativa, por lo inexistente, apelación a lo místico, religioso o nacionalista, incluso se ironiza con la noción de suerte. Está claro, no hay lugar para lo mágico: estamos ante un film de profesionales, una aventura hawksiana donde el trabajo en grupo de alguna manera nos rescata de la tragedia, y donde la persistencia y tenacidad de un par de hombres buenos, que quieren hacer su tarea lo mejor posible, es lo que relaciona al film con los grandes relatos del Hollywood clásico. De esa emoción de las grandes y viejas películas, de esos materiales tal vez oxidados pero inmortales, está hecha esta sorprendente película.