Consecuencias de un huracán rápido y furioso
Paul Walker corre, Paul Walker llora, Paul Walker habla solo, Paul Walker sufre. Fallecido el último día de noviembre del año pasado en un accidente automovilístico, el protagonista de la saga fierrera Rápido y furioso es amo y señor de Horas desesperadas, luciendo su estampa de modelo en todos y cada uno de sus 97 minutos. Porque es productor, podrá respingar la nariz alguno. Porque buscaba mostrar que también puede actuar, vociferará otro. Son, al fin y al cabo, dos motivaciones tan viables e incomprobables como cargadas de al menos una parte de verdad: el actor figura en los créditos en ese rol ejecutivo y, si bien es cierto que no hacía falta demasiado talento para superar un currículum plagado de películas dominadas por máquinas y acción física, entrega la mejor actuación de su carrera. Tanto que es lo mejor de la ópera prima del guionista Eric Heisserer (Destino final 5, Pesadilla en la calle Elm). Y casi que lo único, ya que Horas desesperadas es uno de esos thrillers cuya premisa inicial termina siendo más interesante que su desarrollo.
Las razones hay que buscarlas en un guión que palia la desconfianza en su núcleo narrativo y geográfico adosándole subtramas y elementos dramáticos para luego resolverlos de forma apresurada y con una lógica demasiado atada a las necesidades de la narración. Una lástima, porque materia prima para algo mejor había: un hombre llega al hospital de Nueva Orleans con su esposa (Génesis Rodríguez, o la hija del Puma) a punto de dar a luz justo cuando el almanaque deja caer las últimas hojas de agosto de 2005. Locación y fecha inequívocas: el huracán Katrina acecha. Breve elipsis y vendrá un médico a decirle que la beba está sana y rozagante y, casi como al pasar, que una hemorragia empujó a la madre a mejor vida. Buen momento para el lucimiento de Walker, quien atina a construir a un hombre atribulado en evidente estado de shock y, lo más interesante, con la contradicción interna de querer a la causante de la muerte de su mujer.
Mientras tanto, las consecuencias del temporal se cuelan en el edificio cuando una evacuación total deja al flamante padre solo con la nena y la promesa de un pronto rescate. Solo y sin luz, obligándolo a girar una manivela cada tres minutos para recargar la vieja batería del respirador. A partir de aquí es cuando las buenas ideas empiezan a desinflarse. ¿Por qué? Porque Heisserer campea entre una apuesta deliberadamente exagerada por las particularidades de la situación, con Walker corriendo por todo el hospital para buscar comida y/o ayuda y volviendo siempre antes de los tres minutos independientemente de la distancia recorrida, y el arrojarse de cabeza a una pileta de caramelo. Esto último amenaza con ladear el film hacia una de esas adaptaciones de los best-sellers de Nicholas Sparks, con flashbacks ilustrativos del pasado de la pareja y, ay, la aparición fantasmagórica de ella para decirle que sí, que será un buen padre. Síntoma de una película que, como la pequeña protagonista, nació un poco antes de cumplirse su gestación.