Ante todo, “Horas desesperadas” no tiene nada que ver con aquella de William Wyler de 1955, ni con la remake de Michael Cimino de 1990. Es otra cosa.
Hay algo con Hollywood y el cine catástrofe. Es probablemente el mejor marco para desarrollar drama–tensión, pero además la industria norteamericana ha sabido capitalizar los desastres de manera tal que han logrado hacer espectáculo de una tragedia. Enumerarlas en pos de una comparación sería engorroso y vano para “Horas Deseperadas”, porque el gran monstruo antagónico es el huracán Katrina, cuyo paso por el sur de Estados Unidos provocó, además del desastre, una crisis financiera por falta de infraestructura (toda la plata estaba en Irak). Pero en lugar de mostrarlo en todo su esplendor, la falta de presupuesto movió a los productores a buscar una historia que pudiera ser contada con menos grandilocuencia. De esta manera, en lugar de grandes maquetas y efectos de post producción sentiremos a Katrina gracias a un par de ventiladores y cuatro utileros que agitan algunas ramas. De hecho, hay más espectacularidad en el afiche, con eso le digo todo.
La historia va por dentro entonces. Entre informes de noticieros que dan cuenta de la llegada del huracán, vemos al señor Hayes (Paul Walker) llegar a un hospital con su mujer embarazada (Genesis Rodriguez) padeciendo fuertes dolores. La niña vive. Ella no. Para él la tragedia ya comenzó. La recién nacida anda complicada por lo cual necesita de un respirador artificial para seguir viva hasta estabilizarse. “No se preocupe, cuando la oiga llorar será la señal de que todo está bien”, nos informa el Dr Edmonds (Yohance Miles), anunciando de paso,el momento en el cual lloraremos un montón.
Con el padre teniendo que esperar a que su hija esté bien, pero sin poder moverla de allí, el relato avanza junto con el poder del viento, presentando algunas dificultades. Primero una evacuación parcial, luego una más intensa y finalmente una total. Quedan Hayes, el bebé y un cocinero que después desaparece. El noticiero informa las zonas anegadas, no hay comunicación, ni luz, etc. Al tener Hayes que resolver la alimentación del respirador artificial el guión consigue el gancho de tensión para estirar la duración a su antojo. El problema es, justamente, la dependencia de este factor que a su vez no está debidamente “decorado” con elementos más sólidos. Así, la evacuación resulta lógica ante el peligro, pero el argumento para la paulatina soledad de Hayes es tan débil que el espectador termina por ofrecer en su mente mejores soluciones que las que aporta el protagonista.
Tampoco alcanza el recurso de los noticieros para ir informando lo que sucede fuera del hospital. Aquí es donde la falta de presupuesto se hace evidente debilitando el entorno y dejando la película a merced de una cuenta regresiva del aparato en cuestión. Nada aportan (más que al melodrama básico) los flashbacks en donde conocemos la historia de amor entre Hayes y Abigail, menos aún por las cualidades interpretativas de los actores. Son lindos, eso sí. Y sonríen bien.
Con la ingenuidad de depender de la información que tenga el espectador sobre las consecuencias de Katrina, y del cartelito de “basada en un hecho real”, “Horas Deseperadas” cae en una trampa narrativa de la que apenas si se recupera al final, cuando ya es tarde y demasiado abrupto.