La manivela
Son deducibles los motivos por los cuales se estrenó en Estados Unidos este film a días del fallecimiento de Paul Walker, de la misma manera que puede deducirse que tendrá relativo éxito en nuestras carteleras a raíz del fanatismo que impulsó la saga Rápido y Furioso.
El cine catástrofe en general tiene dos modelos y esta ópera prima de Eric Heisserer opta por seguir ese en el cuál es necesario para que el protagonista transite un crecimiento personal que el guión se valga de todo tipo de artimañas vulgares para ponerlo en el momento y situación menos favorables de la historia de la humanidad. Nolan Hayes (Paul Walker) está en un hospital, su esposa acaba de morir al dar a luz y la recién nacida depende de un respirador artificial. Los médicos se encargan de explicar este último punto con detalle y remarcar que su vida depende de eso para que al espectador acompañado de la música correcta se le caiga alguna lagrima cuando se lo requiere.
En esta situación llega el huracán Katrina, el hospital es evacuado pero para hacer más interesantes las cosas le permiten a Hayes quedarse sólo en el recinto a cuidar a la niña. La luz no va a tardar en cortarse pero como existen los generadores a Heisserer (también guionista) se le va a ocurrir la brillante idea de hacer que la batería del respirador este agotada lo que va a llevar a Walker a girar una manivela cada tres minutos durante toda la película. Esta situación queda planteada en sus primeros minutos por lo que uno esperaría que eso devenga en algo más pero no es el caso, la película redunda una y otra vez en la manivela, en el reloj y en flashbacks (no podía ser de otra manera) de Hayes y su esposa en diferentes situaciones de su vida romántica. El primero de estos recuerdos resume la relación que ambos tenían, los demás sólo subrayan el malestar de aquel que perdió a alguien y funcionan en el plano técnico para distender situaciones.
Tal vez el problema de la película no sea que durante 97 minutos sólo veamos a Hayes dándole vueltas a una manivela, aprendiendo a cambiar pañales y básicamente hablando sólo, sino que no hay absolutamente nada relevante ni en el tratamiento usado para mostrar esto, ni en la búsqueda de algún tipo de idea que se desprenda de esta situación que no sea puntualmente la de sentirse mal por este pobre tipo.
El film, que está ambientado durante los desastres ocasionados por el huracán Katrina tiene una obviedad y un efectismo tan desmedidos que sólo son comparables con el título que el mismo recibe en nuestro país, Horas Desesperadas.
Hacia el final cuando ya la obra resulta irremontable un nuevo personaje entra en escena para cumplir el rol de ayudante. Además de esta inserción, se renueva un tópico clásico de este tipo de films. Ante una catástrofe natural los seres humanos parecen dividirse en dos grandes grupos, algunos mantienen su bondad a rajatabla esforzándose por ayudar a los demás y otros son poseídos por algún tipo de instinto animal que los hace intentar por todos los medios matar al otro para sobrevivir a partir de eso. Los segundos son fácilmente identificables porque nunca siguen los cánones occidentales de belleza. El guion añade esta situación hacia el final del metraje aunque no dio ningún planteo previo de este aspecto.
Horas Desesperadas no sólo es una película con un guión inverosímil y forzado, además tiene una dirección que intenta reflejar una historia de aislamiento y superación personal con el mismo código con el que se filma un cine catástrofe al estilo Roland Emmerich y lo más importante, a pesar de recurrir al golpe bajo constante y al efectismo desde la puesta en escena, nunca logra fue cometido.
Les aconsejo, ya que la coincidencia del título me lo permite, que se haga un visionado de Horas Desesperadas, del año 1955, dirigida por William Wyler en el último trabajo que realizó junto a Humphrey Bogart, esa es una gran película.