Petróleo sangriento
Mark Wahlberg protagoniza esta película basada en el incendio de una plataforma en 2010.
El director Peter Berg y Mark Wahlberg -en el doble rol de actor y productor-, armaron una sociedad para filmar ficciones basadas en hechos reales: ya hicieron El sobreviviente (2013), sobre un soldado estadounidense tomado prisionero en Afganistán, y el año próximo estrenarán Patriots Day, sobre el atentado de 2013 en la maratón de Boston. Ahora se internan en el cine catástrofe con Horizonte profundo, traducción semiliteral del nombre de la plataforma petrolífera Deepwater Horizon, que en 2010 se incendió y provocó uno de los peores desastres ecológicos causados por el hombre: un derrame de unos 700 millones de litros de petróleo en el Golfo de México.
Wahlberg es Mike Williams, jefe de mantenimiento de la plataforma, uno de los pocos que mantiene la cabeza fría en medio de la hecatombe y contribuye a atenuar sus efectos y rescatar sobrevivientes. Todo transcurre en dos días, y está contado mayormente desde su punto de vista (el verdadero Williams asesoró a los guionistas): desde que se despierta en su casa y vuela a la plataforma, hasta que vuelve a tierra después del infierno. Junto al personaje de Kurt Russell, jefe de seguridad de la plataforma, él es quien muestra la luz al final del túnel, el héroe que toda película de este estilo necesita.
De antemano ya sabemos que algo va a salir mal. Y por las dudas de que lo hayamos olvidado, los protagonistas nos lo recuerdan, poniendo desde el primer momento ridículas caras de sospecha y desconfianza. Así que mostrar cómo se llegó al desastre es el principal objetivo de esta narración cronológica, eficaz en el arte de crear suspenso pese al desenlace conocido.
El mayor obstáculo que afronta la película son los detalles técnicos, que dificultan la comprensión por más que hay (infructuosos) intentos de hacerlos accesibles, mediante datos sobreimpresos en la pantalla y diálogos medianamente explicativos. Lo que se puede sacar en limpio del menjunje del argot de ingeniería es que se están privilegiando las ganancias por sobre la seguridad, y que por eso todo va a desembocar en una tragedia.
La buena factura técnica compensa, en parte, estos inconvenientes narrativos. Se notan los 150 millones de dólares de presupuesto: el realismo es impactante. También ayuda que el heroísmo no esté tan exagerado como se acostumbra en este tipo de películas: aquí no hay acciones que vayan más allá de las capacidades humanas. Por lo menos desde el punto de vista físico, porque moralmente sí, estos hombres son impolutos, y les enrostran a los ejecutivos de la British Petroleum (uno de ellos es John Malkovich, que ha tenido tiempos mejores) la moraleja de la historia: la codicia engendra peste.