Esta producción inscripta en el género del cine catástrofe, “basado en hechos reales”, (cartel que les encanta a los hacedores cinematográficos del gran país del norte), tiene el beneficio de contar con muy buenos actores para sostener desde la credibilidad todo lo que se expone.
Al mismo tiempo que desde un principio se despega de toda intención de conjugarse con el cine de “suspenso”, ya que en el inicio mismo y todavía con la pantalla en negro, voz en off de por medio, nos exponen que quien nos va a narrar la historia es Mike Williams (Mark Walberg), como declarante clave del juicio que se está llevando a cabo, y del que nunca seremos testigos.
Como buen exponente del género, el filme se construye, en principio, a partir de los personajes, con una presentación tan clásica como manipuladora, con la simple intención de generar empatía.
Claro está que nuestro. Mike es un padre de familia ejemplar, modelo casi para armar, casado con Felicia (Kate Hudson), motivo más que suficiente para prometer que volverá, y cumplirlo, en el filme claro está.
En montaje casi paralelo nos presentan a Andrea Fleytas (Gina Rodríguez) como una chica independiente, ecuánime, inteligente, amante de los motores, y es con ella que Williams protagonizará una de las escenas más cliché del filme y menos dramática, por lo previsible del desenlace de la misma. El héroe no puede fallar en una acción de esa naturaleza, diálogos de manual del cine correcto, incluidos.
Es a partir de la instalación de los conflictos interpersonales entre aquellos que defienden la empresa, con la sola intención económica, y los que además de cuidar su trabajo velan por sus compañeros. En el primer grupo, el paladín es Mr. Vidrine (John Malkovich), en contraposición al gerente técnico del pozo Jimmy Harrell (Kurt Russell), ser impoluto si los hay.
La historia se centra en los hechos ocurridos en “Deepwater Horizon” (titulo del filme en ingles), la plataforma petrolera yankee instalada en el Golfo De México, y que produjera unos de los máximos desastres ecológicos, el 22 de abril de 2010, como resultado de una explosión que había tenido lugar dos días antes provocando el más importante derrame de petróleo de la historia, estimado en casi 800.000 toneladas de petróleo crudo, con las implicancias sobre la naturaleza que de ello derivó.
El director Peter Berg se inclina por dejar de lado esta variable para centrarse en el drama humano implícito, desde la muerte de 11 personas hasta el enfrentamiento con la codicia, desplegando un discurso en tono de denuncia, políticamente correcto.
Desde la estructura del filme es todo un catalogo, pero de buena factura, teniendo en la dirección de arte y en la fotografía dos de sus baluartes, con un montaje adecuado al estilo cinematográfico, imponiendo la cámara en mano en momentos que la trama parece requerirlo, pero siendo el diseño de sonido y el montaje sonoro sus herramientas superlativas.