LOS SOBREVIVIENTES
Discípulo de Michael Mann como es, Peter Berg es un director interesado en el profesionalismo como concepción de vida, como ética que posiciona a los individuos y grupos en el mundo. Pero el realizador de Juego de viernes por la noche, El reino y Hancock ha profundizado en su perspectiva respecto a su tutor, indagando en el territorio de las clases trabajadoras estadounidenses, a las que contempla como sectores siempre expuestos, pagando los costos de las desigualdades imperantes en el sistema socio-económico. No deja de ser llamativa la operación que realiza: grandes estrellas interpretando a laburantes, traumas reales en la historia reciente de Estados Unidos recreados con alto presupuesto, la maquinaria hollywoodense a pleno para cuestionar buena parte de las variables estructurales que la sostienen. El rostro principal de este cine que viene componiendo Berg es el de Mark Wahlberg: ya hicieron juntos El sobreviviente, una tragedia militar; ahora es el turno de Horizonte profundo, una tragedia petrolera; mientras ya está a la vuelta de la esquina Patriots Day, una tragedia ocasionada por el terrorismo. Una especie de trilogía trágica, aún por completarse.
En el caso de Horizonte profundo, Berg toma como base la explosión en la planta petrolífera Deepwater Horizon en el 2010, que llevó al peor desastre petrolífero en la historia de los Estados Unidos. Pero al realizador no le interesa tanto la catástrofe ecológica ni el construir un gran espectáculo audiovisual (aunque eso termine teniendo un fuerte peso en la segunda parte), sino los pasos previos que condujeron a la explosión: las fallas en los controles, las decisiones apresuradas producto de las ambiciones de los ejecutivos, las advertencias de los trabajadores desoídas. Es decir, los elementos que van preparando el terreno para que la tragedia sea inevitable, y que esa tragedia la paguen los laburantes. No es casualidad que el film arranque dejando escuchar la voz del verdadero Mike Williams (luego encarnado por Wahlberg en la ficción), prestando testimonio en las audiencias posteriores al suceso: la referencia a la realidad ocurrida y a los cuerpos palpables que la protagonizaron le dan de entrada a la película todo un posicionamiento político y social, muy diferenciador para un film cuyo costo superó con holgura los 100 millones de dólares.
Porque Horizonte profundo es, antes que nada, una película de cuerpos pertenecientes a seres esforzados, comprometidos con su trabajo, solidarios entre ellos y, finalmente, lastimados, golpeados, vapuleados. Berg no edulcora el asunto y a través de su abordaje de lo corporal y grupal establece una conexión directa con El sobreviviente: la única respuesta ante el horror, la destrucción y la muerte pasa por el lazo con el otro, por el compañerismo, por el nosotros que incluye a cada individuo; pero al mismo tiempo eso es apenas un mitigante para la pérdida, para el recuerdo de los que fallecieron, de los que quedaron atrás, de las cicatrices y huellas imposibles de borrar. Para esa estructuración tan amarga como esforzada, hilvanada desde la acción y el movimiento, cuenta con la ayuda inestimable no sólo de Wahlberg, sino también de ese eterno laburante del cine que es Kurt Russell, un actor que se hace gigante desde la personificación del liderazgo ordinario, terrenal y esencialmente honesto.
La honestidad es, precisamente, la marca de fábrica de Horizonte profundo, un film que hace hincapié en los nombres y las identidades de los que permanecen y de los ausentes. Eso es notorio en una escena cerca del final, donde el rezo en conjunto .que casi parece una repetición de una secuencia fundamental de Juego de viernes por la noche- expresa la unión y lo comunitario; y también en el cierre, donde hacen su aparición las imágenes y voces de la gente real. Allí la amargura se profundiza y lo que prevalece es la sensación de pérdida, como un nuevo gesto de sinceridad. Lo que menos hace Horizonte profundo es eludir el dolor y eso lo convierte en un film indudablemente valiente, habitado por personas enfrentadas a sus peores miedos, buscando sobreponerse a puro coraje y profesionalismo.