“CON HORTENSIAS EN LA CASA, LAS SOLTERAS NO SE CASAN”
Diego Lublinsky y Alvaro Urtizberea presentan Hortensia, una película agradable que explora el duelo de una joven que no puede superar su edipo. Ambientada en un pasado estético y obligado a retratar los tópicos típicos de “aquella época”, el filme logra reconstruir escenas en un tono vintage que mezcla sentimentalismos con nostalgia.
A Hortensia se le muere el padre por culpa de la electricidad, abrir la legendaria heladera Siam con los pies mojados no fue la mejor idea; y su madre se fue para no regresar porque “el fantasma del fallecido aún merodeaba los pasillos”. Además, la echaron del trabajo por su torpeza y su novio la dejó por la mejor amiga, que encima, le debe dinero. Es diciembre y mientras la gente festeja la llegada del nuevo año, Hortensia sabe que su única relación confiable es la que tiene son Perroni, su fiel amigo can.
En auténtica soledad, Hortensia sabe que es lo que tiene que hacer: recuperar aquella vieja carta que se envío a sí misma para abrir sólo en caso de emergencia. Con dos objetivos específicos fijados por ella misma (pero hace muchos años atrás) y con la silueta del cadáver de su padre aún dibujado en el piso de la cocina, el camino desgraciado recién empieza. Muerto su padre (su gran y único amor) ¿cómo podrá continuar?
Su padre era taxidermista y así como su profesión, la casa familiar se tiñó de perennidad. Aquellos animales inertes, pero inmortalizados en la plenitud de su belleza, no representan más que una realidad que apremia: el tiempo pasa y Hortensia sigue soltera. Y es el tiempo, justamente, y la profunda soledad lo que marcan esta historia de constante desamor.
Lublinsky y Urtizberea ponen en escena una historia que retrata el tránsito por el duelo de una joven con sueños indefinidos y un alma solitaria. Refugiada en el sótano de su casa donde los restos de un animal aún aguarda su turno para ser embalsamado, Hortensia trama un plan: cumplir sus dos objetivos los cuales la invitan a tener una nueva vida un poco menos ermitaña.
Por Paula Caffaro
@Paula_Caffaro