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Hotel de criminales (Hotel Artemis, 2018) tiene un look noir/retro-futurista atractivo, reúne un talentoso elenco (¡Incluyendo a Jodie Foster en su primer papel en 5 años!) y parte de una premisa intrigante, lo cual hace que el genérico resultado sea tanto más decepcionante.
La película tiene algo del sórdido cine B de cineastas “situacionales” como John Carpenter y Walter Hill, aunque sea más en espíritu que forma. Trata sobre un exclusivo hotel para criminales, sin duda inspirado en la cadena Continental de la serie John Wick, que sirve de hospital y refugio para ladrones, asesinos y traficantes en una Los Ángeles futurista. Reúne el tipo de gente que necesita reglas como “No matar a otros huéspedes”.
La premisa es ridícula pero la película balancea el absurdo con humor (el hotel supuestamente secreto despliega un enorme cartel de neón promocionándose a sí mismo). Foster interpreta a la gerente y única enfermera del hotel, un decrépito edificio estilizado a lo art déco y abastecido principalmente con nanotecnología e impresoras 3D. Tiene un colosal asistente (Dave Bautista) y sus huéspedes portan el nombre de sus cuartos temáticos: la asesina Niza (Sofia Boutella), el traficante Acapulco (Charlie Day) y los hermanos Waikiki y Honolulu (Sterling K. Brown y Brian Tyree Henry), que llegan malheridos tras atracar un banco.
El problema es que más allá de la prometedora presentación la película no posee un conflicto marcado y no tiene a dónde dirigirse. Los jugadores se encuentran en jaque toda la partida, la cual se resume en interminables conversaciones sobre lo que ya pasó (Foster posee un trasfondo trágico), qué está pasando (policías y manifestantes chocan violentamente en las calles) y qué va a pasar (se anticipa mucho la llegada del “Rey Lobo”, una figura clave pero tardía que podría estar sacada de una obra de teatro).
A lo largo de la película no hay misterio, suspenso ni tensión. Los personajes hablan sin actuar, dicen de todo sin mostrar nada, y en los peores casos el diálogo peca por sus forzosos intentos de resultar astuto o memorable. El irritante personaje de Day resulta superfluo. La película tarda en empezar porque no hay nada en juego, y para cuando sí lo hay tiene poco y nada que ver con todo lo que vino antes.
La introducción de un policía herido al hotel es la oportunidad perfecta para comprometer al personaje de Foster y problematizar la harmonía entre sus huéspedes pero el recurso prácticamente pasa desapercibido. Para cuando llega el “Rey Lobo” (Jeff Goldblum) es demasiado tarde y las oportunidades que abre se desperdician como tantas otras.
La decepción se magnifica doblemente porque Hotel de criminales es una obra original, escrita y dirigida por el debutante Drew Pearce. Se detecta el apego del realizador a buenas ideas y las ganas por plasmarlas en una obra con una afectada personalidad, pero la historia parece haber sido pensada posteriormente a los pintorescos personajes y escenas que claramente motivaron la creación de la película.