El 26 de noviembre de 2008 no fue un día más en Bombay. Aquel día la ciudad más populosa de la India fue sede de una serie de 12 ataques terroristas perfectamente coordinados por un grupo islamita que dejó como saldo 173 muertos y más de 300 heridos. Durante horas hubo disparos a quemarropa y granadas en estaciones de trenes, restaurantes, sedes policiales y hoteles cinco estrellas, entre ellos el Taj Mahal Palace & Tower.
Hotel Mumbai: El atentado se propone recrear lo sucedido durante el ataque a uno de los hospedajes más emblemáticos de esa ciudad. La estructura narrativa es conocida: todo arranca con los preparativos de los terroristas, a quienes coordina una voz anónima en el teléfono, para luego pasar a una presentación rápida de los huéspedes (un matrimonio con su hijo, un poderoso empresario ruso, un pareja de mochileros) y empleados (el chef principal, el camarero interpretado por Dev Patel) que servirán de hilos conductores del relato.
El realizador Anthony Maras intenta imponer un sentido realista, casi testimonial, a lo que muestra. De allí que intercale imágenes de archivo de noticieros al andamiaje ficcional. El australiano parece haber visto toda la filmografía de Kathryn Bigelow y Paul Greengrass antes del rodaje. De ellos –especialistas en narrar situaciones violentas concentradas en tiempo y espacio– toma el pulso a la hora de filmar las escenas de acción mediante un registro urgente, de cámaras en movimiento constante, para mostrar lo que va sucediendo en los distintos ambientes del hotel. En ese sentido, Maras y su coeditor Peter McNulty suman un poroto a favor logrando sostener la atención durante dos horas.
El problema con esa búsqueda de realismo es que no se lleva del todo bien con la concepción de héroe que propone la película, así como tampoco con algunos diálogos altisonantes dignos del mainstream más moralista. Si bien Maras tiene la decencia de no juzgar a los terroristas, a quienes ubica no en un lugar de víctimas, pero sí de pobres tipos lobotomizados por el fanatismo religioso, hay en los empleados una bonhomía intransigente que los emparenta más al John McLane de Duro de matar que a un grupo de civiles sometidos a circunstancias extraordinarias, lo que le da a Hotel Mumbai: El atentado un sentido época tan potente como innecesario.