Debut del director australiano Anthony Maras con esta ficción basada en los atentados terroristas sufridos en la India durante noviembre de 2008.
El plano de inicio del film connota, visual y sonoramente, la frase “la calma que antecede al huracán”. Ese bote sobre las aguas serenas, con esos adolescentes que viajan inmutables, todos con auriculares, escuchando atentamente una única voz que los guía y dirige a cometer atropellos en nombre de Alá, ya nos pone en situación de comprender de qué va la historia.
En principio, nos introduce al relato con este grupo de extremistas religiosos musulmanes, ocupando el rol de antagonistas, quienes irán atacando indiscriminadamente la ciudad, mientras nos vincula con otros escenarios donde habitan y transitan los protagonistas de esta historia, quienes no se conocen entre sí pero terminarán de coincidir en el prestigioso Hotel Taj, sin saber que dicho lugar es el objetivo principal de los terroristas.
De esta manera la película protagonizada por Dev Patel (Un camino a casa, Slumdog Millionaire) encarnando a Arjun, un empleado del hotel, Armie Hammer (Llámame por tu nombre) como David, un arquitecto estadounidense casado con Zahra, una mujer india interpretada por Nazanin Boniadi; Jason Isaacs (Lucius Malfoy en Harry Potter) representando a un empresario ruso perteneciente a las fuerzas especiales y Anupam Kher, tomando el papel de Chef del hotel, quien en la historia real fue parte fundamental en el resguardo y protección de sus huéspedes y empleados; nos invita a seguir en paralelo a dos fuerzas bien contrastadas.
Desde lo formal puede distinguirse la tensión. Esta se sostiene y va creciendo a lo largo del film como resultado de un montaje exacto en cuanto a cantidad y durabilidad de cortes. Dicha adrenalina se mantiene también por la decisión en las puestas de cámara y su planteamiento en base al espacio, generando puntos de vista con angulaciones que incomodan lo suficiente al espectador, haciéndole sentir el terror y la incertidumbre de no saber qué será de todo esto.
Si bien es un drama dominado por el suspenso, por momentos rozará lo gore. Igualmente la realización no escapa a la producción hollywoodense a la que estamos acostumbrados. Es decir, es efectista y nos deja al filo del asiento estresados, tensos y atentos ante tanta violencia. Esto se genera porque el director sabe cómo manipularnos y utiliza las herramientas cinematográficas para llevarnos donde quiere que estemos, lo que no quiere decir que esté mal ejecutado. Pero este montaje de atracciones comienza a tornarse superfluo cuando tratan de forzarnos a congeniar con los personajes llegando al final de la historia. Ahí es donde la tensión baja, las luces se apagan y nos sentimos lejos de la emoción que intentan evocarnos, pues eso sucede cuando el truco de magia es descubierto. En base ello, la decisión de introducir material de archivo real del atentado mezclado con las escenas de ficción, durante todo el film e incluso en el desenlace, es lo que ha ayudado a que une sienta empatía y se acongoje.
La pata torcida de Hotel Mumbai proviene quizás del guion. No hay una profunda exploración de por qué suceden los acontecimientos, ni en qué contexto, no indaga ni da posibilidad de redención a los antagonistas quienes salen a matar sin distinción, siendo sólo señalados como “niños a los que les lavaron el cerebro”, sumado a que, si bien no eligieron a un superhombre que salve a todes (porque claramente se alejaría de los hechos), algunes de los protagonistas sí toman acciones heroicas restándole cierto realismo a la historia.