Chistes para nadie.
Hay dos Adam Sandler que son geniales: uno es el cáustico, el más podrido dentro de su universo ñoño, como el que vemos en esa joyita menospreciada llamada Ese es mi Hijo (con el último gran comediante judío americano que también pone su voz acá: Andy Samberg). El otro es el amargo romanticón, como el de esa otra gloria en la que trabajó hace varios años: La Mejor de mis Bodas. Claro que en ninguna de esas producciones participó desde la escritura; el corazón de sus guiones, el núcleo, está en Billy Madison, en su obsesión con la niñez. Sandler es un chabón con el síndrome de Peter Pan, lo dejó en claro en otra que escribió: Son como Niños. Le preocupa volverse viejo porque ama a los niños, porque quiere seguir siendo parte de ese mundo que le fascina, es un Michael Jackson cinematográfico y heterosexual. En Hotel Transylvania 2, el centro debía ser un niño. Lo paradójico es que si lo fabuloso del mundo de la niñez es la sorpresa, lo impactante y adrenalínico de las primeras sensaciones que nos da el mundo, en esta película es justamente lo que falta. En Hotel Transylvania 2 ya no hay asombro, ya no está la frescura de la primera parte, que sin ser una joya explotaba muy bien su costado creativo, su pasarela de esos monstruos que le tenían miedo a la gente.
Esta secuela cumple con su concepto de continuación a rajatabla, hasta podría ser parte de la primera, la parte mala; como pasa en muchísimas películas que nos parecen geniales cuando nos presentan a los personajes pero perdemos el interés con el devenir. Acá el conflicto es si el nieto de Drácula (con la voz de Sandler como en la primera), fruto de su hija vampira y el backpacker humano, es monstruo o es persona. Todo gira, entonces, en torno a la lucha entre la tradición y la excepción. El bebé ocupa el lugar que tenía su padre en la primera, el humano que llegaba a romper con la estructura de Drácula. Y a partir de esa premisa recorremos los gags “Sandler for babies” pensados para que los espectadores (chicos o grandes) exclamen a la par el twittero “awwww” antes de esbozar cualquier tipo de mueca cercana a una sonrisa. Sandler escribió un guión para inocentes niñas de cinco años, muy lejos de otros esfuerzos de animación contemporáneos verdaderamente ATP como la genial Shaun, el Cordero: La Película. La magia del talentoso Genndy Tartakovsky -un autor de la animación como demostró con El Laboratorio de Dexter, entre otras obras- queda para los créditos finales, donde podemos apreciar, como en la primera, el gran pulso de un tipo que quedó atado a una productora y a unos guionistas que piensan que los chicos son unos pavotes como ellos.