Ya se sabe que las franquicias, esa plaga del siglo XXI, son la inversión de menor riesgo de la industria. Y si Hotel Transylvania 2 (2015) había tenido aun mejor recaudación que la primera (2012) -473 contra 358 millones de dólares-, era lógico que llegara una tercera parte, más allá de la existencia de una historia que la justificase. Si la inicial presentaba a los personajes y transcurría en el hotel para monstruos de Drácula, y la segunda estaba enfocada en la hija del conde, Mavis, su pareja con un humano y la llegada de un nieto de Drácula, en la tercera el paisaje cambia: toda la troupe monstruosa sale de viaje.
Este es un producto de vacaciones: aquí, de invierno, pero en el hemisferio norte es verano, así que Drácula y compañía parten en un crucero. Por primera vez el director de toda la saga, Genndy Tartakovsky -creador de series animadas como El laboratorio de Dexter o Samurai Jack- se encargó también del guión (junto a Michael McCullers, guionista de Austin Powers y Un jefe en pañales). El argumento no es muy consistente, así que la película -para chicos menores de diez años- resulta más una suma de chistes apoyados en la simpatía de los personajes que otra cosa.
En este sentido, hay dos buenas apariciones. Una es la de Van Helsing,el cazador de vampiros, protagonista de una secuencia inicial con aroma a los viejos dibujitos de Warner Bros. y las persecuciones de Sam Bigotes a Bugs Bunny o del Coyote al Correcaminos. La otra es la de una pandilla de gremlins como tripulantes de un avión destartalado. Esos son, por lejos, los dos mejores momentos de Hotel Transylvania 3.
El resto tiene algunos gags mejores que otros, con varios de ellos demasiado repetidos, y siempre con el doblaje -hay algunos porteñismos, responsabilidad de Darío Barassi- como enorme adversario de la gracia. Las películas para chicos suelen incluir moralejas o mensajes de corrección política no demasiado sutiles, y aquí hay al menos dos: la familia es lo primero, pero cada uno debe hacer su propio camino; hay que respetar y aceptar la diversidad de los demás. Por más monstruosos que sean.