Un “spa” apto para monstruos
Con un método similar al utilizado por Monsters Inc. para abordar el mito de los monstruos en el ropero, la animación de Genndy Tartakovsky se permite subvertir el universo de los clásicos del horror de la tradición cinematográfica.
Con Lluvia de hamburguesas, una película con un notable humor absurdo y una narrativa tan simple como brillante, los estudios Sony consiguieron instalarse como cuarta posición en el mundo de las películas infantiles de animación digital. A la altura de lo mejor del género, sobre todo de lo hecho por Pixar, pero también por Fox y Dreamworks, la película no logró igualar en boleterías su gran éxito artístico. Pero no se rindieron. Tras otros trabajos interesantes, Sony ataca de nuevo con Hotel Transylvania, film en la línea de los anteriores que, sin llegar a la altura de Lluvia de hamburguesas, se permite algunas novedades dignas de atención.
Con un método similar al utilizado por Monsters Inc. para abordar el mito de los monstruos en el ropero, o a la fórmula de Shrek abrevando en el imaginario de los cuentos de hadas, Hotel Transylvania se permite subvertir el universo de los monstruos más populares de la tradición cinematográfica: Drácula, la criatura del doctor Frankenstein, el Hombre Lobo, la Momia, los zombies. A partir de injertar una pequeña variante que opera como mariposa bradburyana, los clásicos del horror acabarán transformados en un cuento para chicos (y grandes). Aquí Drácula ha convertido su castillo de los Cárpatos en un exclusivo spa, para que los monstruos puedan descansar sin ser molestados por las turbas humanas que, con antorchas, picas y horquillas, insisten en lincharlos. Merced a este giro, la aberración de este cuento son los humanos, un cambio en el punto de vista que no representa ninguna dificultad, ya que si en algo ha sido exitoso el cine es en generar mayor cariño por los monstruos que por sus víctimas habituales.
A pesar de las reformas operadas, la película respeta las tradiciones del género. Así, Drácula habrá fundado su hotel para monstruos en 1898, un año después de que Bram Stoker publicara su novela; la criatura de Frankenstein le tendrá pavor al fuego, y los zombies, que por ser los monstruos más jóvenes del cine pagan el derecho de piso como servidumbre multifunción descartable. Pero ocurre que Drácula además tiene una hija que acaba de hacerse mayor de edad al cumplir 118 años y que, como cualquier joven, quiere salir a conocer el mundo. Pero Drácula, posesivo y opresivo, tanto en su rol de padre como en el de líder de esa tribu de abominaciones, les ha hecho creer a todos que los humanos aún son una amenaza mortal que debe ser evitada. Pero no se trata de un engaño completo porque, encerrado como está hace más de un siglo, el buen conde está convencido de que las personas siguen siendo aquella horda obsesionada con el ajo y las estacas. Pero en pleno siglo XXI, donde Nerds, Geeks y demás freaks han impuesto su cultura en un mundo globalizado, tal vez las cosas sean muy diferentes. Y el Príncipe de las Tinieblas tendrá oportunidad de comprobarlo, cuando un adolescente mochilero (y humano) llegue por accidente hasta el hotel.
Con sencillez y sin pretensiones de profundidad, Hotel Transylvania rueda sobre el eje de ese particular conflicto que surge entre un padre empujado por miedo a la sobreprotección y una hija desbordada de deseos y hormonas que, adrede o no, pone al tipo al borde del ataque de nervios. Lo mismo que en el 97 por ciento de los hogares humanos, pero potenciado por un guión que aprovecha lo ilusorio del mundo creado, para aplicar precisos estiletazos humorísticos. Gran mérito en todo esto parece tener el director Genndy Tartakovsky, quien demostró solvencia con creaciones televisivas como Las chicas superpoderosas o El laboratorio de Dexter. Parte del estilo a la vez inocente y descontrolado de aquellas creaciones se mantiene en Hotel Transylvania. Y aunque no se aparte demasiado de las fórmulas probadas, allí está lo mejor, la personalidad de este film acerca de padres, de hijas y del monstruo que todos en este mundo llevamos dentro.