Estuvo por estrenarse en 2020 pero la pandemia trastocó los planes. Cuando estaba lista para su lanzamiento en 2021, una nueva ola de COVID obligó a otra postergación. Con mucho esmero, paciencia y -claro- espalda financiera, los productores la “aguantaron” hasta ahora. Finalmente, la tierna y entrañable nueva comedia del realizador de Cara de queso, Mi primera boda, Sin hijos, Permitidos y Mamá se fue de viaje llega a las salas con el objetivo de romper una mala racha para el cine argentino que ya lleva más de un año y medio sin un film que supere los 65.000 espectadores. De hecho, el último gran éxito nacional fue El robo del siglo, estrenado en enero de 2020, visto por 2.100.000 personas y dirigido por un tal... Ariel Winograd.
La familia no es una cosa sencilla. Hasta las que lucen perfectas esconden unos cuantos secretos bajo la alfombra. Bien lo sabe Ariel Winograd, que desde la seminal Cara de queso la utilizó como objeto de estudio observándola desde distintas perspectivas. Fue un padecimiento en Mamá se fue de viaje y la propia Cara de queso; un obstáculo para el padre que interpretaba Diego Peretti en Sin hijos, una dinámica adoptada forzadamente en pos de un objetivo común en la banda de asaltantes de El robo del siglo y, tal como ocurre en Hoy se arregla en el mundo, una meta y un anhelo.
Pero el anhelo le llega en momentos distintos a los protagonistas. La familia no está entre las prioridades de El Griego (Leonardo Sbaraglia), un productor televisivo de un talk show en decadencia –el nuevo dueño del canal, a cargo de Martín Piroyansky, se encarga de repetirle una y otra vez que el formato se agota– donde personas supuestamente “normales” dirimen sus problemas en público, que tiene un hijo de nueve años al que prácticamente no ve ni conoce. Tanto que ni siquiera sabe a qué colegio va.
La vida de Benito, en cambio, orbita alrededor de su familia. O, mejor dicho, de su madre (Natalia Oreiro), que una noche, hastiada de la apatía paterna, le escupe al Griego que, en realidad, no es su hijo. Apenas después muere en un accidente, dejando sin respuesta la pregunta que desde ese momento taladra el cerebro de ese hombre obligado a hacerse cargo de un chico que le pide por favor que lo ayude a encontrar a su padre biológico.
Las piezas están dispuestas para una comedia que funciona en varios niveles. Es una buddy movie, en tanto el adulto y el chico tienen una relación distante pero son dos opuestos destinados atraerse. Es también una comedia situacional, pues la búsqueda deparará la aparición de varios personajes secundarios chispeantes típicos del género. Y es, sobre todo, un coming of age, porque no hay que ser un genio para imaginar que ninguno de los dos terminará la película igual que como empezó.
Winograd opta por el punto de vista de Benito, cuya frescura convive con la capacidad de entender todo lo que ocurre a su alrededor, para narrar las desventuras conjuntas, un viaje que los lleva a indagar en el pasado de su madre, aunque sin muchas más pistas que las que hay en el celular. Así pasan un payaso de la Ciudad de los Niños (notable escena cómica, hecha a puro timing y sorpresa), un guía espiritual y otros tantos potenciales candidatos paternos.
Pero el núcleo del film es la relación entre El Griego y Benito, que crece en emotividad a medida avance el conocimiento mutuo. Para eso resulta fundamental los trabajos de Sbaraglia, quien no suele incursionar demasiado en la comedia (pero debería), y del jovencísimo Benjamín Otero, puro ojos abiertos para descubrir un mundo que podrá no arreglarse, pero sí darle una familia como lugar seguro ante las adversidades.