Nada es más difícil que la comedia. La comedia, que es lo falso ostensible, requiere un extraño equilibrio para que nos genere una sonrisa y para que lo ridículo se vuelva creíble -e increíble a la vez. Hay pocos realizadores que comprendan los mecanismos de la comedia, y menos en un país tan diletante en su cine como la Argentina. Ariel Winograd es uno de ellos y esta historia de un hombre que debe salir a buscar al verdadero padre de quien creía su hijo (una road movie, una película de pareja despareja, una comedia familiar, una sátira social, un melodrama en sordina) requiere que el malabarista sostenga en el aire muchos elementos al mismo tiempo. Winograd entiende algo que muchos ignoran: cuánto tiene que durar una imagen para que nos cause lo que debe causarnos. Y a eso se le suma que sabe dirigir actores. Así, logra que Sbaraglia, que suele ser intenso en la pantalla, aquí haga su mejor trabajo y el más difícil: un tipo común (el mayor desafío de un actor es ese) que nos convence de su existencia. Y si W.C. Fields decía que no había que trabajar ni con perros ni con niños, el trabajo de Benjamín Otero es excepción: realmente hay un juego perfecto entre el chico y el adulto; uno se luce gracias al otro. Hoy se arregla... demuestra que para llegar a la ternura no hace falta el golpe bajo, solo creer en la pantalla.