Érase una vez en Brooklyn
Si ver un buen film noir es perderse en una trama laberíntica, Huérfanos de Brooklyn (Motherless Brooklyn, 2019) no decepciona. Como Vicio Propio (Inherent Vice, 2014), plantea una búsqueda posmoderna en clave de film noir, ambientando la acción en el pasado para hablar de la sociedad del presente. En ambos casos el recorrido y su forma son mucho más interesantes que el punto de llegada, por virtud de acumular tantas ideas e inquietudes.
La novela de Jonathan Lethem ocurre en los 90s. Edward Norton, posicionándose en el rol cuádruple de director, productor, escritor y protagonista, la ambienta en los 50s, empapando la trama con la nostalgia de la época y el glamor del género. Comienza como un “sencillo” caso de homicidio: Lionel Essrog (Norton) es un investigador privado dispuesto a resolver el asesinato de su mentor Frank Minna (Bruce Willis). Sus colegas no comparten su entusiasmo y menos cuando es evidente que el caso involucra autoridades estatales.
Essrog padece Tourette’s en una época en la que el desorden “no tiene nombre”. Sufre tics y espasmos y describe su mente como en un constante estado de desmenuzar ideas, lo cual - junto a una memoria fotográfica - lo vuelve un detective ideal, más allá de las obscenidades que se le escapan a su pesar. Ni se sensacionaliza ni se explota la condición: va de la mano con la naturaleza inquisitiva del personaje, que no puede dejar de deshilvanar cuanta conspiración se le presenta.
Los villanos de Huérfanos de Brooklyn son ingenieros, congresistas, planificadores urbanos. A la cabeza de todos se halla Moses Randolph (Alec Baldwin), cuyo obvio referente es Robert Moses, el controvertido ideólogo detrás de la infraestructura y obra pública de Nueva York. Baldwin ha dedicado gran parte de su carrera a interpretar plutócratas vanidosos y su presencia es altamente sugestiva de Donald Trump, especializándose en parodiar al megalómano presidente desde que fue electo.
Willem Dafoe, Bobby Cannavale, Gugu Mbatha-Raw y Michael K. Williams completan el elenco, el cual se esparce a lo largo de un enorme tapiz. La mayoría son papeles pequeños que aparecen en un manojo de escenas, pero conjugados con el cruzado Essrog forman duetos actorales poderosos.
Superficialmente Huérfanos de Brooklyn parece una mera película criminal de época, adornada con todos los arquetipos y situaciones acostumbradas. Pero la historia no se sintetiza en una simple trama de venganza (o acción, para el caso), ni se contenta con imitar un estilo así como servirse de él para esbozar sus ideas, que son inmediatamente reconocibles y conciliables con las de Barrio Chino (Chinatown, 1974). La historia nunca deja de ser personal, pero las consignas de justicia y venganza se van diluyendo para revelar problemáticas sociales y políticas que la película traza con interés genuino y relevante.