Un film donde brilla Edward Norton, como protagonista, productor, guionista y director. Es en realidad la concreción de un sueño que estuvo entibiando durante años. Eligió una novela best seller y con mucha astucia y talento se ubicó en esos años 50, con una impecable reconstrucción de época y una mirada crítica al hombre, Robert Moses, que construyó no poca de la actual Nueva York, erradicando impunemente a las barriadas populares en pos de crear lugares para una población más rica y distinguida. Lo que aquí se revela, para algunos, una especie de retrato de hombre poderoso al estilo Donald Trump, es como con poderes ilimitados adquiridos por estafas legales se logra imponer una voluntad de matones, hasta con asesinatos. Un poderoso con un secreto que deberá resolver el protagonista Lionel Essrog, un detective con síndrome de tourette, que le permite al director poner un toque de humor aún en las situaciones más tensas o románticas, aunque olvide el toc en ciertas escenas. Ese hombre de memoria fotográfica, considerado un bicho raro, tendrá que descubrir porque mataron a su jefe y protector, resolver crímenes y de paso encontrar el amor. Edward Norton brilla como actor en un personaje que es una delicia para cualquier actor. Como director es un interesante realizador que se excede en la duración de la película, dos horas y media, pero a su vez regala momentos únicos como el trompetista que encarna Michel Kenneth Williams con música ejecutada por Wynton Marsalis. En el film hay climas como en “Adiós Muñeca” y “Barrio Chino”, el protagonista es una suerte de Phillip Marlow que descubre corrupciones y dolores, pero siempre llega al final, con un aura romántica, sin llegar a la oscuridad de la película de Polansky. Se destacan Alec Baldwin como el todopoderoso Moses y Gugu Mbatha-Raw como la abogada activista. Una película para disfrutar del principio al fin.