ME ESTÁN SIGUIENDO DETECTIVES
Huérfanos de Brooklyn es larga, compleja, y desordenada
Edward Norton escribe, dirige, actúa y produce la adaptación de este policial negro que se enreda sobre sí mismo.
Edward Norton irrumpió en la escena actoral a mediados de la década del noventa con “La Verdad Desnuda” (Primal Fear, 1996) y, enseguida, se llevó una nominación al Oscar como Mejor Actor de Reparto. Apenas unos años después, debutaba tras las cámaras con “Divinas Tentaciones” (Keeping the Faith, 2000), una comedia muy bien recordada. Las ganas de volver a sentarse en la silla del director no se hicieron esperar, pero Hollywood ya no estaba tan predispuesto, sobre todo porque Norton tiene fama de ‘tipo problemático’. Si no, pregúntenle a Tony Kaye, director de “América X” (American History X, 1998) o a Marvel, que decidió no volver a llamarlo para interpretar a Bruce Banner.
Será por eso, tal vez, que a Edward le llevó casi veinte años concretar este proyecto, una obsesión desde la publicación de la novela homónima de Jonathan Lethem en 1999. La gran diferencia entre el libro y “Huérfanos de Brooklyn” (Motherless Brooklyn, 2019), es que el autor sitúa su historia en épocas modernas, mientras que Norton nos lleva a la década del cincuenta, un escenario más acorde (según él) para este drama criminal neo noir ambientado en la ciudad de Nueva York.
Este aspecto -la estética, la narración en off y todos esos elementos vinculados a lo más clásico del género-, termina siendo lo más atrayente de una película que quiere contar demasiado y se tropieza sobre sí misma en vez de simplificar sus temas y su trama, una cargada de misterios y crítica social que viene muy bien para esta época, pero que falla en el conjunto de Norton.
El año, 1957. Lionel Essrog (Norton) trabaja para la agencia de detectives de Frank Minna (Bruce Willis), junto a Gilbert Coney (Ethan Suplee), Danny Fantl (Dallas Roberts) y Tony Vermonte (Bobby Cannavale), todos niños abusados, rescatados de un orfanato por su mentor. Lionel tiene una memoria privilegiada, pero también un montón de tics (no se menciona, pero es síndrome de Tourette) que, muchas veces, espantan a aquellos que no están familiarizados. Pero no a Frank, que confía en él ciegamente, mucho más cuando el caso que está investigando se complica.
Muchas pistas, pero pocos resultados
Las cosas no salen bien, a Minna le disparan, pero la investigación inconclusa y la muerte de su amigo, obligan a Essrog a seguir las pocas pistas que quedaron, indicios que pronto lo acercan al dueño de un bar de jazz en Harlem, su hija Laura Rose (Gugu Mbatha-Raw) y un proyecto municipal que empuja a los habitantes de los barrios más pobres (en su mayoría, minorías) a dejar sus hogares en medio de tratos bastante fraudulentos. Detrás de todo esto están los poderosos funcionarios públicos como Moses Randolph (Alec Baldwin) -basado en la figura de Robert Moses, famoso constructor de Nueva York-, que no se detendrán ante nada para seguir adelante con sus grandilocuentes planes de desarrollo.
Como en toda buena novela de misterio, nada es lo que parece en “Huérfanos de Brooklyn”, pero el guión de Norton (que no puede dejar sus egos de lado) se regodea en las vueltas de tuerca, un desfile interminable de personajes, subtramas que intentan desviar nuestra atención y un Lionel que, por momentos, parece una caricatura… o un actor que suma todos los clichés con ganas de ganarse un Oscar. El resultado es una película desordenada que tarda en arrancar y pocas veces encuentra su ritmo a lo largo de dos horas y media de metraje.
A Lionel le va muy bien con las mujeres
Lo bueno es que Norton se rodea de grandes actores como Mbatha-Raw, Cherry Jones (siempre en plan combativa), Willem Dafoe y un gran Baldwin, pero no sabe cómo sintetizar el trabajo de Lethem para adaptarlo al formato cinematográfico. El resultado es una historia demasiado larga y compleja que no aprovecha el potencial de sus temas más interesantes y prefiere explotar los lugares más comunes del policial negro y cierto melodrama.
Nos gustaría decir que esta es una película entretenida y llevadera, pero no lo logra. En cambio, requiere de toda nuestra atención (eso no está mal) para unir las piezas de un rompecabezas que, de entrada, está mal delineado. En nuestras cabezas tratamos de hilar pistas, nombres y situaciones, pero el desenlace nos llega como truco sacado de una galera que poco y nada tiene que ver con los temas de base que explora. La discriminación, el racismo, el fin que justifica los medios se pierden en un final melodramático que, incluso, pretende forzar el romance. Ojo, las intenciones de Norton son buenas y destacables, el trabajo de los intérpretes y la puesta en escena es impecable, pero el todo es incongruente y frustrante.