Las relaciones entre cine y literatura existen desde que el séptimo arte cobró vida, hace más de un siglo ya. La literatura ha sido desde siempre una gran dadora de argumentos que el cine ha sabido aprovechar para sí. Por otra parte, el mundo literario ha producido una cantidad de relatos policíacos de gran riqueza, de los cuales el cine se ha nutrido, bebiendo de fuentes inagotables y radiografiando los aspectos más sombríos del alma humana. Así nace el ‘film noir’.
La expresión del francés que refiere al subgénero en cuestión fue mencionada por primera vez por el crítico Nino Frank. Este célebre teórico italiano acuñó el término para diferenciar al film policial del thriller judicial y del cine de gángsters, aunque luego el noir mutaría para germinar en ejemplares producto de una mixtura de ambos como: “Testigo de Cargo” (Billy Wilder, 1957), “Los Sobornados” (Fritz Lang, 1953), “Anatomía de un Asesinato” (Otto Preminger, 1959) y “Alma Negra” (Raoul Walsh, 1949).
El cine americano de los años ‘40 y ‘50 (conocido como Época Dorada) dio a luz temáticas y estilos que delimitaron el territorio de ambigüedad moral en donde estos relatos se desarrollaron. Allí expuestas, las fronteras del bien y el mal se vuelven difusas adivinándose cierto pesimismo acerca de la condición humana y un espíritu apesadumbrado y escéptico, generalmente encarnado en la figura del detective privado: Sam Spade y Philiph Marlowe fueron nuestros antihéroes nihilistas por antonomasia. La infaltable mujer fatal, completa la iconografía de dicho cuadro de situación: es una dama tan seductora como manipuladora. Y, por supuesto, el malvado de turno; ese que buscará salirse con la suya: pensemos en villanos ilustres como Richard Widmark, en “El Beso de la Muerte” (Henry Hathaway, 1947). Estereotipos que van conformando el mapa simbólico del género a lo largo de su primer estadio en el cine.
El cine negro ha sufrido, desde entonces hasta hoy, innumerables mutaciones. Bajo los nuevos moldes del neo-noir continúa reinventándose acorde a las pertinentes fórmulas de la industria, bebiendo de fuentes de inspiración que se presumen inagotables. Por otra parte, las obras clásicas que han seguido influenciando a nóveles realizadores han envejecido con dignidad frente al paso del tiempo. Prueba de su permanencia podemos comprobarlo al ver una película pionera como “El Halcón Maltés”, que no ha perdido un ápice de frescura a casi ocho décadas de su estreno.
El género negro se transforma y persiste, adaptándose a las inquietudes de su tiempo. Pensemos en su primera vertiente, influido bajo la filosofía del existencialismo, la psicología freudiana, la escuela expresionista y la angustiante literatura americana bajo la que se moldea. El género negro nació del intercambio establecido entre tendencias estéticas de cineastas otorgaban su propia huella personal para dar cuenta a un género que nació desde el corazón del pesimismo del siglo XX. Su complejo entramado encuentra en el cine moderno americano nuevos cineastas dispuestos a abordarlo y un espectador dispuesto a internarse en los laberintos de su propia e inevitable oscuridad. Edward Norton es uno de ellos, dispuesto a abordarlo en su reciente “Huérfanos de Brooklyn”.
Lo policíaco involucra toda una serie de rasgos de estilo bajo los cuales se han agrupado una serie de obras que han simbolizado las angustias existenciales más profundas del ser humano, reflexionando acerca de su naturaleza. Como campo de estudio, el terreno policial también ha sido -en otros tiempos- un ámbito fértil para dialogar acerca de problemáticas sociales y en las manifestaciones policíacas literarias -así como en su traslado a otras artes- se perciben rasgos reconocibles de la realidad contemporánea, que encuentra su resignificación bajo la lente cinematográfica. “Huerfános de Brooklyn” se inserta, con bienvenida frescura, en este infrecuente terreno cinematográfico actual.
El citado film representa el regreso de Edward Norton a la dirección, tras un paréntesis de dos décadas. En el año 2000, el talentoso intérprete se había aventurado detrás de cámaras con una comedia romántica que el mismo protagonizará llamada “Divinas Tentaciones”, en donde se había rodeado de un gran elenco interpretativo (Ben Stiller, Jenna Elfman, Anne Bancroft) y una banda sonora compuesta de forma exquisita por el notorio Danny Elfman, conformando un producto comercialmente rendidor. Casi veinte años después, el protagonista de “El Club de la Pelea” retoma un material narrativo que, en épocas donde incursionaba en su ópera prima, lo subyugaba intelectualmente. Se trata de la novela negra exitosa editada en 1999 (‘Motherless Brooklyn’, de Jonathan Lethem).
La transposición literaria nos cuenta la historia de Lionel, un integrante de un bureau de detectives privados comandado por Frank -interpretado por Bruce Willis-. Aquí, el trágico devenir de los sucesos nos priva de disfrutar en mayor profundidad al otrora héroe de acción. Por su parte, Lionel (Edward Norton) es un personaje muy particular y no tardará en convertirse en el centro absoluto del relato. Llamativamente, posee el Síndrome de Tourette, afección por la cual sufre múltiples tics motores y vocales involuntarios. A lo largo de la película, estos síntomas neurológicos se reflejarán con insistente sentido del humor, haciendo hincapié en la cantidad de latiguillos e incontinencias en las que incurre este personaje, factor que moldea su carácter y qué, con dispar suerte, resulta un aditamento que -si bien pintoresco- bordea la parodia constante y podría haber no estado y, aún así, no afectar el contenido de la historia. Resultando molesto por momentos y enternecedor en otros tantos, recuerda al personaje que el propio Norton encarnará en su papel de estafador en “La Cuenta Final”, de Frank Oz (2001).
El cúmulo de características mencionadas se insertan en la peculiar personalidad de este colorido detective privado, lanzado a desentrañar el misterio que se esconde tras la desaparición de su amigo y mentor. Norton, actor dos veces nominado al Premio Oscar, es un intérprete con una notable sensibilidad como para capturar la aflicción más íntima de su personaje, independientemente de la gracia intencionada que pretende otorgarle: es un segregado por la sociedad que vive en la más absoluta soledad y aislamiento; nunca pudo soslayar el enorme vacío que la temprana orfandad marcó sobre su ser.
“Huérfanos de Brooklyn” es un film particular, inusual propuesta de aquellas que Hollywood ya no suele ofrecer. Se trata de un relato laberíntico y con múltiples lecturas: en cada uno de sus dobleces puede encontrarse una subtrama de enriquecido contenido. Es, un relato de profunda injerencia actual en el marco político, también es cine de denuncia social, Como si fuera poco, es, ante todo y a la vez, una historia de detectives ambientada en los años ‘50 que nos retrotrae al cine negro clásico que sustentará la época dorada. Un estilo de películas en donde emblemas del Hollywood más romántico interpretarán a detectives tan recios como imperturbables, siendo el caso de los iconos literarios Sam Spade y Philip Marlowe (Humphrey Bogart interpretó a ambos).
Mientras el cine negro clásico se caracterizó por explorar la veta psicologista a la hora de internarse en la oscuridad del alma humana, “Huérfanos de Brooklyn” retoma el sendero mezclándolo con la vertiente Neo-noir, de la cual “Chinatown” (1974), de Roman Polanski, resulta su más digno ejemplar. Si en aquel film que eternizara a la dupla de Jack Nicholson y Faye Dunaway, los sucios entramados políticos resultaban el centro orbitante de un enigma plagado de desconcierto donde la pista resolutiva se encontraba en un oscuro secreto familiar, aquí la operatoria resulta fácilmente reconocible como deudora de aquel modélico ejercicio.
A lo largo de sus dos horas y media de metraje, “Huérfanos de Brooklyn” se toma el tiempo necesario como para desarrollar una trama que involucra oscuros manejos gubernamentales, chantajes que amenazan develar un escándalo de delicada naturaleza para la época y turbios entramados familiares que subyacen bajo la realidad socio-política de una Brooklyn atestada de marginación, segregación racial y ansias de modernismo que amenazan colocar al sector más débil de la población en una situación de absoluta desprotección. Con sapiencia y esmero, esta es la densa carga argumental qué Norton se carga a sus espaldas, presto a desentrañar su génesis corrompida. Mostrando un admirable dominio el género, a desglosando con paciencia y sutileza el misterio que la citada conspiración oculta, su desenlace -como fichas de dominó caídas- desenmascarará las reales intenciones de los malvados de turno.
En la imperiosa búsqueda de la verdad, el particular detective al que da vida Norton, se involucra sentimentalmente con la víctima del caso que persigue. Sin temor, merodeará típicos bares nocturnos de dudosa clientela; se trata de antros dominados por la mafia local y frecuentemente visitados por las bandas de jazz que deleitan a sus visitantes cada madrugada. Así, hará su aparición un misterioso trompetista en la figura del clásico jazzman que nos recuerda a Miles Davis ¿o acaso se trata de él? Rodeado de un elenco de primera calidad, completado por el siempre soberbio Willem Dafoe y el reaparecido Alec Baldwin (dando vida a un personaje inspirado en el controvertido funcionario estatal neoyorquino Robert Moses), el film ofrece un interesante tratamiento estético, cuya concepción del lenguaje cinematográfico (la cámara de Norton sabe dónde y cómo posicionarse) efectiviza su cuantiosa dosis de intriga.
Norton acomete una excelente recreación de época, visible en vestuarios, automóviles y edificios que armonizan la propuesta, al tiempo que nos deslumbra con una banda musical orquestada por Daniel Pemberton. Abundarán clásicas notas de jazz para el deleite melómano, desde Dizzy Gillespie hasta Charlie Parker, y desde Joe Farnsworth hasta Thelonious Monk. De forma inmejorable, la banda sonora se convierte en el acompañamiento perfecto a la hora de prolongar el suspenso, condimentando en modo omnipresente la totalidad del metraje. Cabe mencionar, que su leitmotiv principal es autoría de Thom Yorke -cantante de Radiohead-, quien por expreso pedido del director, compuso el tema ‘Daily Battles’.
Luego de desperdiciar buena parte de su trayectoria actoral (tomando papeles secundarios de nula relevancia y de forma esporádica) a lo largo de la última década, Norton se calza las ropas de un sensible héroe a su medida: perspicaz, intuitivo, bondadoso, leal e inclaudicable. Sobre sus espaldas descansa el éxito de “Huérfanos de Brooklyn”, rara avis e del cine americano contemporáneo, que aborda rastros genéricos poco transitados con honestidad y solvencia. Al mismo tiempo, se posiciona como un interesante instrumento reflexivo acerca de sucios manejos políticos, reflejos de una comunidad ultrajada en su dignidad, tan valederos en aquellos lejanos años ‘50 como en la actualidad que nos circunda.