Basada muy libremente en la novela de Jonathan Lethem, llega a los cines Huérfanos de Brooklyn, el regreso de Edward Norton a la dirección. Un film noir clásico sin demasiadas pretensiones ni ambiciones pero correctamente narrado.
Pasaron muchos años desde que Edward Norton tuvo su último rol protagónico. Tenemos que remontarnos a 2010 para acordarnos de Stone, un fallido thriller con Robert de Niro. Norton tuvo un debut soñado con La verdad desnuda, por la que estuvo nominado al Oscar en 1996. Le siguieron Todos dicen te quiero, el olvidado musical de Woody Allen, Larry Flynt, América X y El club de la pelea. Y ahí empezaron los problemas. Empezó a ganarse la fama de actor problemático. Reescribía los guiones de las películas que interpretaba e, incluso, hasta terminaba dirigiendo varias escenas, usurpándole la posición a los directores asignados.
El punto de quiebre fue El increíble Hulk y de ahí, el descenso. Solo Wes Anderson lo llamó en la última década para interpretar personajes secundarios en sus corales obras. Por lo tanto, cuando a uno no lo llaman, uno mismo debe generar los proyectos. Huérfanos de Brooklyn fue la novela que eligió el intérprete para regresar a la dirección (después de Divinas intenciones del 2000) y a un rol protagónico trascendental. Otra vez, un personaje con algunos traumas mentales (como en La verdad desnuda o El club de la pelea) es el protagonista de este film noir trasladado a 1957 (la novela sucede en 1999, año en la que fue escrita).
Lionel (Norton, cómodo con su interpretación) es uno de los ayudantes de un renombrado detective privado llamado Frank Minna. Sufre del síndrome de Tourette: tiene una excelente memoria, pero una suma de tics y tocs nerviosos que le afectan el comportamiento diario. Cuando su jefe es asesinado, Lionel decide investigar el caso en el que andaba involucrado.
Norton decide hacer un retrato clásico de la sociedad estadounidense neoyorquina de los 50. El jazz, el racismo, el vestuario e incluso la iluminación refieren a un estilo de cine noir olvidado. A lo largo de 144 minutos que fluyen sin demasiados sobresaltos, Norton construye una novela que incluye conspiraciones políticas y secretos familiares. Ningún giro es demasiado sorpresivo (hay cierto paralelismo con Barrio chino, pero con menos densidad, violencia y carga sexual) pero, a la vez, la narración nunca deja de ser atrapante.
El director-intérprete le impone al relato equilibradas dosis de humor, romance, acción y drama para generar una historia entretenida y old fashion. Salvo por la caricaturesca actuación del mismo Norton, que aún así está bastante verosímil en su rol, no hay otras interpretaciones destacadas, aunque lo de Alec Baldwin se recorta de la media. Su personaje tiene todos los clisés del empresario poderoso y malvado, pero crece en volumen si uno lo pone en contexto.
Más allá de que está inspirado en un arquitecto real que tuvo Nueva York por los años 50, el Moses Randolph de Baldwin remite demasiado a Donald Trump, y a cualquier empresario poderoso que arranca una carrera política para beneficiarse y monopolizar el negocio inmobiliario. En ese aspecto, su discurso sobre la adicción al poder, por más que sea demasiado ingenuo y didáctico, termina teniendo un mayor significado si lo consideramos como radiografía del mundo que nos toca vivir.Aún con todos los clisés y lugares comunes, Huérfanos de Brooklyn es un film que los amantes del noir van a agradecer, por el respeto, conocimiento e interés que aporta al género. Además, la fotografía de Dick Pope y la banda sonora de Daniel Pemberton son maravillosas.
Cuidada y prolija, sólidamente narrada e interpretada, Huérfanos de Brooklyn es una obra que genera cariño y empatía por sus personajes, y logra revivir el interés por el policial negro de los años 50. Dinámica, pero previsible y sin sobresaltos, también exhibe el talento y las contradicciones de ese joven genio que sigue siendo Edward Norton.