En el largometraje de Julio Midú y Fabio Junco, ambientado de manera excluyente en un contexto rural en la Argentina y en el momento histórico del regreso a la democracia, se busca ahondar en la compleja relación entre dos amigos que tuvieron un vínculo incandescente que terminó trazando el destino de ambos personajes: Julián (Mariano Martínez), peón de una estancia, y Patricio (Rodrigo Guirao), hijo del patrón del lugar.
Sin embargo, la película no encuentra la forma de narrar de manera convincente ni los orígenes de esa fuerte amistad ni el porqué del impacto del reencuentro, décadas después de una separación propulsada por uno de ellos. Por lo tanto, cuando Patricio regresa a ese escenario que le produce una inevitable nostalgia, los rencores de Julián no solo se verbalizan de modo brusco y arbitrario, sino que además carecen de peso al no haber una construcción de ese pasado, vital para los personajes, pero carente de emotividad para quien lo atestigua en escasos flashbacks.
Por otro lado, el costado prohibido de la relación entre ellos proviene de las imposiciones familiares que acarrea Julián, motivo por el que no puede actuar ante sus deseos reales y se construye una vida que lo aprisiona. Lejos de explorar esa arista más atractiva de la película, Humo bajo el agua se siente un tanto errática en su registro de la cotidianidad del trabajo rural que circula por un carril diferente al del eje central de la propuesta: aquello que genera la reconexión entre esos viejos amigos, trama en la que se destaca una interpretación natural de Rodrigo Guirao.