Aunque está vendida como una película de cine catástrofe, la nueva propuesta del director de Rápido y furioso (2001) es, en verdad, un thriller sobre un robo multimillonario (600 millones de dólares para ser precisos) en el contexto, sí, de un arrasador huracán que azota la costa de un pueblito de Alabama.
Película de espíritu clase B, aunque con un amplio despliegue de efectos visuales, Huracán categoría 5 tiene una “justificación” dramática por demás endeble, decisiones arbitrarias, situaciones inverosímiles y resoluciones caprichosas. Pero, si el espectador se sumerge en la apuesta lúdica, aligera la carga y acepta las convenciones y sus momentos ridículos (no hay espacio para los matices ni las sutilezas y el villano interpretado por Ralph Ineson es ma-lí-si-mo), el film es bastante disfrutable.
En la primera escena ambientada en 1992 vemos cómo dos niños presencian la muerte de su padre durante un huracán. Un cuarto de siglo después Will (Toby Kebbell) es un meteorólogo habituado a trabajar en zonas de riesgo y Breeze (Ryan Kwanten), un ex marine dedicado a perder el tiempo bebiendo cerveza. Los dos hermanos terminarán ayudando a Casey (Maggie Grace), una agente de la ATF que trata de evitar (ella tiene las claves de acceso) que una banda de mercenarios se quede con los apuntados 600 millones de dólares en billetes usados que están para ser destruidos en una base bajo custodia militar. Para sumar al conflicto también están los policías locales que no son precisamente nenes de pecho.
Cohen logra imprimirle por momentos cierta tensión a este film carpentereano (perdón, John), pero más allá de los enfrentamientos armados, las persecuciones y de cierta espectacularidad que hay en las inundaciones y en los automóviles y edificios que son arrastrados por el huracán, la película deja gusto a poco, a guión mecánico, a oportunidad perdida. No está del todo mal, pero queda claro que con un poco más de talento, ingenio y audacia podría haber sido mucho mejor.