ROBOS Y HURACANES
Sin ninguna película memorable en su haber (al menos que yo recuerde: digamos que Daylight funciona en sus propios términos, pero era apenas aceptable), Rob Cohen es uno de esos casos singulares dentro de la industria de Hollywood: viene filmando con regularidad desde 1980, mayormente blockbusters Clase B sin gracia ni encanto, y sin una cuota de personalidad. No se lo podría considerar un artesano, porque no parece respetar las herramientas clásicas, ni tampoco alguien preocupado por instaurar un lenguaje del presente. Y ni siquiera como a Martin Campbell lo podemos considerar un efectivo creador de secuencias de acción. Tal vez su único logro sea el de haber originado la saga Rápido y furioso, aunque ninguno de los fanáticos de esa franquicia recuerde con demasiado cariño esa primera parte. Por todo esto, su presencia constante en el cine de segunda línea de Hollywood es un misterio, o tal vez responda a su falta de pudor para filmar cualquier cosa que le pongan en frente. Huracán categoría 5 es una demostración cabal de esto que decimos.
Digamos que hay algo más o menos original, y que intenta despegarse un poco de tanta película sobre desastres naturales. En vez de centrarse en el trillado relato coral de cómo un huracán afecta la vida de varios personajes, lo que tenemos aquí es un clásico relato de robo maestro intervenido por un huracán que amenaza con complicar las cosas. Digamos también, y para salvarle un poco la ropa al bueno de Cohen, que el prólogo no está mal, con dos hermanos observando cómo su padre muere a causa de un tornado terrible: hay una situación mínimamente articulada y una presencia de la tecnología que no anula lo humano y logra ser espectacular. Claro está, esos dos hermanos crecerán por medio de la elipsis y serán los protagonistas, quienes tendrán que enfrentarse a los villanos que quieren quedarse con miles y miles de dólares: convenientemente, uno de ellos es un avezado meteorólogo y el otro un ex marine.
Mientras Huracán categoría 5 va montando el plan de los villanos, avanza como un film regular pero sin mayores inconvenientes. Quedan en evidencia algunos cabos sueltos medio inverosímiles, pero en todo caso son artilugios del guión para resolver la trama más adelante. La verdadera amenaza de la película es, entonces, ese huracán que se anuncia desde el título y desde los tráilers que nos venden espectacularidad. Espectacularidad que nunca llega, porque el espíritu Clase B no está puesto tanto en una forma subversiva de resolver situaciones, en su espíritu, sino en una utilización de la tecnología bastante chapucera y deficiente: es una Clase B material, algo a lo que nos han acostumbrado ciertas berreteadas televisivas con tiburones y tornados. La amenaza, que uno pensaba era para los personajes, termina siendo para el relato, que con vientos e inundaciones barre con cualquier lógica y sentido del verosímil. Y no es que uno los busque en esta película, pero es cierto que todo relato debe funcionar en sus propios términos. Huracán categoría 5 no lo hace.
Con el paso del tiempo la idea de Clase B ha sido confundida con falta de rigor narrativa y tecnológica, cuando en verdad la Clase B debe ser entendida como un espacio alejado de las convenciones del mainstream y del status quo, capaz de plantear otras posibilidades, incluso chocantes para el espectador. El problema de Cohen no es sólo que apela a la Clase B como un relajo adolescente donde todo vale, sino que parece carecer del sentido del humor como para hacer de esto algo divertido. Nunca lleva su despropósito audiovisual a un lugar de locura (salvo en la secuencia final) y sus personajes no tienen el carisma necesario como para que nos lleven de las narices por la aventura. Tal vez con otro director Huracán categoría 5 podría haber funcionado, pero así como está no da ni para un sábado a la tarde por alguna señal de cable de esas que gustan pasar porquerías como estas.