Últimamente suelo desconfiar de las películas del género que tienen pósters con diseños minimalistas y tipografías cuidadosamente elegidas. Inevitablemente las asocio a esta camada de nuevas películas sofisticadas sobre las que ya me expresé varias veces. Cuando empieza ¡Huye! ya se puede sentir que ese plano con steadycam de la caminata por el suburbio busca referenciar a Halloween y que se note, y segundos más adelante la tipografía del título está quizás demasiado cuidada y espaciada para encajar de forma muy elegante sobre el fondo de árboles pasando en la ruta, así que mi predisposición no puede ser peor. Lo que sigue después es todo eso dándose vuelta para terminar destruyendo mi mala predisposición y una excelente y temible película de terror. Este texto va a estar repleto de spoilers. Sería un poco difícil escribir sobre una película que depende tanto de sus resoluciones y vueltas sin revelar los detalles centrales de la trama, así que voy a asumir que el que lee lo hace a conciencia.
¡Huye! parece una película muy rosquera, y un primer visionado puede ser por momentos confuso. Sabemos que la familia algo trama, pero no sospechamos que Rose es parte de eso también, entonces muchos puntos hacen ruido. Todo el sistema de verosimilitud puede entonces molestar hasta el momento en el que se confirma lo que no temíamos: ella también es parte, y con eso, se revela también su peor costado. En ese momento la película se vuelve aún más terrible. Pero si tan solo nos detenemos a tomarnos en serio lo que se está poniendo en juego, ¡Huye! es una película despiadada sobre la zombificación, como también lo fue en su momento La Serpiente y el Arco Iris de Wes Craven (1988). Ahí la zombificación era una clara forma de poner en escena una doctrina política de terror, acá la zombificación es una forma de posesión que tiene fines culturales y liberales. Pero en síntesis, las dos películas se ocupan de que los procedimientos de zombificación sean experimentados desde el punto de vista más incómodo de todos, el de la víctima que atraviesa la progresiva pérdida del control de las cosas y de su condición de sujeto. Por eso son películas desesperantes, trabajan con la impotencia.
Una de sus partes más efectivas está en toda la construcción de mirada que la película articula, y para eso nos sumerge, sin obligarnos a verlo, en todo el aspecto cultural que puede haber alrededor de la idea de un negro dirigiendo una película de terror sobre negros. Eso también es muy importante siendo que lo que se pone en juego es la subjetividad: su posesión, su uso, su posible pérdida. Por eso ¡Huye! necesariamente debe trabajar con la mirada, y así es que entramos al mundo de su protagonista fotógrafo a través de las imágenes que vende, colgadas en su piso a modo de galería, con un blanco y negro tan estereotipado como los universos de barrio bajo que retrata. Chris es un artista de categoría, que afeita su rostro negro con espuma blanca mientras espera a su novia que parece recién salida de un episodio de Girls. La Nueva York de esta película es la demócrata liberal, donde toda mirada es respetada y las diferencias no son visibles (al menos por cómo se contemplan en el lenguaje). Para Rose, así manifiesta, es inverosímil preguntarse por el posible problema de que Chris sea negro, así como también es inverosímil que el policía le pida documentos a Chris. En ese sentido, sabiendo el final, la película construye personajes brutales. Tanto Rose como su familia arman una fachada sostenida por los elementos más progresistas de la cultura norteamericana. Es una puesta en escena, pero quizás deberíamos creerle al padre cuando dice que Obama fue su presidente favorito. Los objetivos de la zombificación son culturales y liberales, y hasta cierto punto estéticos. Requieren de una vida en aparente plenitud para los afroamericanos, ¿y qué gobierno mejor que el de un presidente negro del Partido Demócrata? Lo escalofriante de todo eso es que entonces estos personajes no necesariamente mienten todo el tiempo, y la línea entre la verdad y la mentira es igual de difusa que la que hay entre el racismo declarado en un individuo y el racismo estructural oculto en una sociedad.
Cuando aparece el personaje de Jim (Stephen Root), el millonario ciego, la cosa se organiza todavía más. Además del peligro que supone esa zombificación en sí, todo se encauza y vemos una consecuencia concreta, lo que completa el proceso: usurpar el cuerpo para usurpar la mirada. Jim busca poseer un ojo que no tiene. Tal es la manera que tiene la película de capitalizar esa materia prima negra. Hay un constante terror a esa consecuencia, en la que una posible mirada negra es arrebatada. Incluso el personaje de Rod, el amigo, funciona como un aparente peón de la cultura blanca al ser caracterizado, en superficie, como el convencional negro acompañante. Finalmente sucede algo, por suerte, inesperado y polémico, y la resolución de las cosas termina mostrando que las peripecias de Chris fueron producto de su corrimiento hacia lo blanco (su máscara de espuma blanca), y que la salida fue gracias a Rod. No es una lección, es una contradicción productiva: sostener la subjetividad es también hablar y mirar desde donde se está, aunque trágicamente implique hablar y mirar desde donde lo han puesto a uno.
¡Huye! es la gran película de terror del 2017, sin dudas. Casi toda su lectura puede irse hacia la concretamente político pero no hace de su política una fachada, sino todo lo contrario. Tan solo necesitamos ver el final alternativo y compararlo con el que finalmente quedó para agradecer que no haya caído en una visión alegórica del sistema carcelario. ¡Huye! es política porque es más que eso, y también porque es una película decisionista: nos vamos de la película con Chris en el auto, y los bandos en esa lucha quedaron claros, dejando a Rose en el asfalto, para que muera de frío y miedo.