Un tajo a la realidad
Loco o enajenado social, para la existencia de Miguel Ángel Danna parecen atajos para sobrellevar la carga pesada del dolor acarreado desde la infancia por la muerte de una hermana, quien se ahogó en una piscina por descuido de sus padres.
Esa situación, además de la educación informal al no asistir a un colegio y vivir deambulando junto a su familia y hermanos en una casa rodante, llevó al protagonista de este documental de Baltazar Tokman a las puertas de una secta, cuyo gurú bajo esa prédica sugestiva lo convenció en muy breve tiempo de que era el elegido, un guerrero, entre tantos otros que también transitaron por esa Escuela, donde además de hacer trabajos de diferente tipo fueron adoctrinados en una mezcla de filosofía oriental, magia, artes marciales y un fuerte trabajo de despersonalización. La secta originada en Córdoba, que también absorbió a parte de la familia de Miguel Ángel, incluida su madre –prófuga de la justicia- y hermanos, tomó estado mediático hace un tiempo y fue blanco de debates televisivos por el fuerte mensaje misógino de su líder.
Sin embargo, I am Mad se propone desde lo conceptual la deconstrucción de la personalidad y psicología de su protagonista y en un segundo plano le otorga las riendas para que el relato se sumerja muy a conciencia en la propia percepción de su locura. Locura que para Miguel Ángel no es pasible solamente de trauma o escisión del plano de la realidad sino una poderosa chance para evadir los convencionalismos de la vida tradicional, ordinaria, fútil, vacua aunque parte de su tropiezo con el mundo que transita implican el sometimiento a las cosas más mundanas y desde una mirada no complaciente lo ubicarían dentro del grupo de esas personas que hacen de la bohemia o la marginalidad un culto cuando en verdad el golpe de la realidad es tan fuerte y duro que el único antídoto es creerse distinto.
Según la mirada de quien se enfrente al derrotero de Danna; según el ojo que lo observe se puede sacar alguna conclusión en base a su supuesta locura pero nada escapa de ese dolor que significa la pérdida irreparable y mucho más la angustia ante lo que no se puede cambiar. En la puesta en escena planteada por Tokman se aprecia una sensibilidad particular que ya fuera demostrada en su anterior opus Planetario; en su aproximación a la médula y al alma del conflicto interno -no sólo en primera persona- de su protagonista sino por la elección de material de archivo (alguno realmente impactante) para completar esa compleja subjetividad de la que en un principio conocemos solamente un aspecto y a lo largo del metraje somos testigos de la progresiva metamorfosis, dolorosa pero trascendente igual que una palabra dicha en un momento adecuado.