Ida

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

Conocer la vida duele

Polonia, en los años sesenta. Todo es gris, tormentoso, triste y desolado. Sus personajes, también. Aquí se cuenta el acercamiento a la realidad de una muchacha huérfana criada en un convento y a punto de tomar los hábitos. Una tía lejana quiere conocerla. Ida viaja y se encuentran. La tía, una jueza prueblerina, borrachita y casi promiscua, le contara que la muchacha es judía y que sus padres y su hermano fueron asesinados durante el nazismo. Esa revelación enseñará a Ida a desandar el camino, preguntarse sobre su futuro, aprender a dudar y probar el sabor de la realidad. Mientras, va conociendo su pasado, desenterrando todo y aprender a sepultar el ayer para empezar otra vez. Film seco, austero, silencioso, que recuerda la rigurosa caligrafía de Bresson y que se torna monótono y a veces lánguido, pero que entre sus susurros nos habla del mandato religioso, de la fe, de los años tristes de la Polonia comunista, de los delatores y de los cómplices vecinos y de cómo la guerra saca a la superficie lo peor de todos. Ida y la tía se van conociendo y se van comprendiendo. La desaparición de una apresura el deseo de la otra de inmolarse en el convento. No hay amor. Todo es sospecha, delación, malos recuerdos. “Ida” es una película desapacible, sin salida, con mucha soledad, mustia y desesperanzada. No hay una sonrisa ni un minuto de dicha. La realización es sobria pero convencional. Ida aprenderá que hasta en el convento se vive mejor que en esos pueblos afligidos.