El cineasta polaco Pawel Pawlikowski, radicado en Gran Bretaña, es conocido por películas como LAST RESORT y MI VERANO DE AMOR, dos muy buenos filmes que no nos preparaban para el radical cambio estilístico y temático de IDA, su nueva y sorprendente película. Los cambios son bastante llamativos e impactarán al espectador de entrada, con solo ver un fotograma: IDA luce como una película del más puro y duro cine de autor europeo hecha en la época en que transcurre, a principios de los ’60. En su blanco y negro franco y frontal, su cuadro de 4:3 y su iluminación rigurosa, parece ser una película redescubierta hecha por alguien estilísticamente hermanado con nombres como Wajda, Bresson, Tarkovski o Bergman, por citar solo algunos nombres que la precisión formal de esta película evoca. Además, IDA marca el reencuentro del cineasta con su país natal, a la vez que un brutal recorrido por la historia más cruenta de Polonia.
En 1961, el filme nos muestra a Anna, una joven que vive en un convento y que está a punto de ordenarse monja. Antes de dar ese paso, la Madre Superiora le recomienda visitar a una tía suya que vive en Lodz, a la que no conoce. Ida lo hace, casi a regañadientes (su expresión es tan seca durante toda la película que resulta muy difícil saber lo que piensa), y allí se encuentra con Wanda, la tía en cuestión, una jueza del Estado con sus propios problemas personales y políticos, que la “desayuna” con una noticia inesperada: Anna se llama en realidad Ida Lebenstein, es judía y es la única sobreviviente de una familia cuyos otros miembros murieron durante la Segunda Guerra.
ida 2La película toma entonces la forma de una seca road movie en la cual la inocente monja y la cínica veterana viajan al lugar de los hechos: a saber qué pasó exactamente con la familia de ella (Wanda nunca quiso conocer demasiados detalles, algo casi ligado a la forma en la que Polonia lidió en esos años con la herencia del Holocausto) y, de ser posible, saber donde están enterrados. El viaje servirá para eso, sí, pero también para conocer más a estos dos personajes y las maneras que tienen de lidiar con ese pasado. Conocerán a gente que estuvo con la familia que preferirá evitarlos o agredirlos, se toparán con un músico de jazz que parece mostrar una posible cara nueva para el país, autoridades que mirarán para otro lado y una atmósfera general de desentendimiento, olvido o, más bien, ocultamiento.
Para Ida será, además, un choque directo y violento con el mundo real, tras vivir toda su vida en un convento. No sólo conocerá su pasado específico sino también pondrá en contexto su devoción religiosa, enfrentada a los personajes –devotos pero siniestros– que encuentra en su camino por los pueblos de Polonia. Para Wanda, que fue una ferviente stalinista hoy descreída, será enfrentar un pasado que ha preferido olvidar –su sistema para hacerlo parece ser el alcohol y las compañías casuales–, con consecuencias imprevisibles para ambas.
Si bien por momentos la película peca de un guión acaso demasiado sistemático en su fórmula de descubrimientos y oposiciones, demasiado armado en función de motivaciones psicológicas algo simplistas, no hay dudas que IDA es una obra mayor en lo que respecta no sólo al tema que trata sino a la precisión de su forma. Los planos largos y fijos, los encuadres inusuales (el preferido por el director es el de encuadrar a los personajes muy abajo dejando un inmenso espacio simbólicamente vacío arriba), el uso del sonido y la música diegética, los personajes tomados de muy lejos (o de muy cerca) en escenarios casi vacíos de gente son las formas visuales que toma el filme y las que más impactan.
ida 3Uno podría pensar que hay algo demasiado “preciosista” en el cuidado del encuadre, como si la película se preocupara más por transmitir su austera belleza que por lo que está contando, pero en todo momento se tiene la sensación que el clima que esa puesta en escena propone está en total consonancia con lo que se narra, tanto en los enfrentamientos con los habitantes del pueblo como en las rutas y en el hotel/bar donde tienen lugar sus encuentros con el joven músico de jazz y una nueva cultura que parece emerger.
IDA es una película que sorprende por su poderosa calma, por la manera que tiene de atrapar al espectador con mínimos gestos y con sus elegantes composiciones. Hay un choque de estilos actorales (la actriz no profesional que encarna a Ida lo hace en un estilo casi “bressoniano” y austero, mientras que la Tía Wanda tiene un modelo más de actriz teatral) que, en lugar de jugar en contra del filme, lo hace a su favor, casi poniendo en contraposición dos formas de acercarse al mundo y de experimentarlo. Más cerca del final, cuando Ida se permita un gesto más claro, una sonrisa, una pequeña reacción, sabremos que el mundo habrá cambiado definitivamente para ella y que nada volverá a ser lo mismo.