El director polaco Powel Pawlikowski, decide rodar su quinta película en su propia tierra para llevar adelante una historia cargada de pasado y la búsqueda de un presente irremediable.
Ida, una novicia criada en un convento, tiene que visitar a su familia antes de tomar los votos y volver al encierro. En el afuera, su tía Wanda, es su único lazo sanguíneo que siempre le dio la espalda.
Ida, es una joven que lo único que conoce en la vida es Dios y su vocación hacia Él. En tanto, Wanda, es una mujer resquebrajada, alcohólica y fiscal del Estado, que ha dado todo para encerrar a los culpables partícipes de la ocupación.
Cuando ambas mujeres se encuentran emprenderán un viaje, así la película se convierte en una road movie en busca de encontrar la verdad o hallar los restos de su familia asesinada durante la invasión nazi. Entonces, comprendemos porqué su tía nunca respondió a las cartas de su sobrina. Ida es el pasado vivo que Wanda nunca quiso afrontar. Pero por más que se lo evite siempre estará presente.
El judaísmo y el catolicismo, dos polos opuestos que enfrentan sus pensamientos y la manera de canalizar la tragedia. Por un lado, la búsqueda de la verdadera identidad; por el otro, la redención del pasado.
Ambos personajes llevan la carga de su propia cruz.
La película, filmada en blanco y negro, acentúa la dureza de los personajes rodeados de nieve o niebla, representa la década en la que está ambientada (los sesenta) y también, la carencia de brillo en las pupilas de la protagonista, en ese rostro enmarcado por su atuendo.
Solo algunas notas musicales suenan durante el metraje como para deslizar algún sutil gesto pero nada que enfatice las emociones. Cada plano, perfectamente compuestos poseen una carga emocional tan intensa que se proyecta en la pantalla como si el fondo se cayera sobre sus espaldas.