Ida

Crítica de Martín Chiavarino - A Sala Llena

Elegía de la fotografía polaca.

La República Popular de Polonia, constituida en 1945 una vez finalizada la guerra mundial, tuvo un período de relativa estabilidad y prosperidad bajo el liderazgo del líder comunista Wladyslaw Gomulka (que había sido encarcelado en 1951 por oponerse a la colectivización agraria forzosa propuesta por Stalin, y liberado después del ascenso de Nikita Krushchov al poder en la U.R.S.S.) que se prolongó hasta mediados de los años sesenta. Su política permitió el surgimiento de movimientos estéticos vanguardistas y el desarrollo de un cine de gran calidad, cuyos principales exponentes fueron Andrzej Wajda y Andrzej Zulawski.

Ida es un drama sobre la memoria, la verdad y la identidad de un país que se debate entre su herencia católica, la ocupación alemana, el holocausto, su raigambre sindical combativa y su pasado comunista. La película intenta trazar un recorrido sobre este abismo que se cierne sobre esta nación desde antaño en la órbita del poder político ruso, ya sea zarista o soviético.

Una joven monja católica a punto de tomar sus votos sacramentales en un convento polaco en la década del sesenta, Anna, se entera que tiene una tía y que antes de comprometerse con su vocación religiosa debe ir a conocerla y reconstruir el pasado familiar. Sin demasiada información, la muchacha en enviada por primera vez fuera del convento en que fue criada desde que era un bebé en pleno invierno hacia la casa de la desconocida tía. Ya en compañía de su tía, una ex jueza de los tribunales populares soviéticos devenida prostituta, Anna descubre que fue bautizada como Ida por sus padres judíos y juntas deciden enfrentar la verdad enterrada por la guerra y partir en la búsqueda del origen de la tragedia familiar. Este recorrido las lleva hacia la historia de la resistencia contra la ocupación nazi, las contradicciones del régimen comunista polaco y la herencia católica de una nación que soportó el gran peso del horror nacionalsocialista.

Con estoicas y sencillas actuaciones resaltadas por los primeros planos de las expresiones de dolor y entereza de las protagonistas, una dirección brillante y una fotografía en blanco y negro de alta definición que homenajea la estética soviética- polaca de los clásicos de Wajda y Zulawski, la película es una manifestación de belleza grácil y encantadora que perturba e incómoda. Ida recupera una estética de etéreas fisonomías, ingrávidos gestos y sutiles movimientos imperceptibles que relatan las amarguras de la vida. El guión de Pawel Pawlikowski y Rebecca Lenkiewicz ofrece una calidez inusitada en medio de la desdicha de un horror que pugna por salir a la luz para definir la identidad y memoria desenterrando los fantasmas de un pasado demasiado cercano.

La indagación política y social de Ida sobre la historia de Polonia en el Siglo XX nos coloca como espectadores identificados con la juventud de la protagonista en la bisagra de las protestas sociales que comenzaron a transformar a Europa del Este y su forma de entender el comunismo para enfrentarnos a las tensiones de los acontecimientos, a las tragedias familiares y la miseria de personas consumidas por el miedo y los fantasmas de sus crímenes.