Viaje iniciático de una monja judía
En la Polonia de los años 1960, Anna (Agata Trzebuchowska), una huérfana criada en un convento, está a punto de profesar sus votos. Antes de que decida sustraerse definitivamente del mundo profano, su madre superiora le revela que tiene un pariente vivo, una tía, Wanda (Agata Kulesza), y la manda a conocerla. Anna irá de revelación en revelación. En su primer encuentro, su tía le anunciará que es “una monja judía”. En realidad, se llama Ida Lebenstein -en alemán, Leben significa vida y Stein piedra, y esto no es casual-. Sus padres desaparecieron durante la Segunda Guerra Mundial.
Las dos emprenderán entonces un viaje por las rutas de un campo helado y gris, donde el drama se originó, buscando las tumbas de sus padres. Se enfrentarán a la amnesia voluntaria de los campesinos polacos y de la propia Iglesia Católica. Para Wanda, que ya volvió de todos sus ideales, será como un último combate para saber lo que pasó. Para Ida será un viaje iniciático. Descubrirá la mediocridad de la sociedad que la rodea, la venalidad que empuja algunos a cometer horrendos crímenes para acapararse bienes, casas, terrenos. Pero explorará también la libertad que le deja entrever su tía. A través de estos dos personajes, se dibujan los dos rostros de la sociedad polaca de la época: un país católico, tradicional, con Ida que se resiste a abandonar su vestido de monja, y otro mucho más moderno, con Wanda, que fuma, toma vodka y acumula las aventuras de una noche.
Gracias a un blanco y negro bellísimo y un formato cuadrado en desuso, el director Pawel Pawlikowski logra resucitar en Ida esta Polonia triste, que se debate entre la tradición y la modernidad, pero que está al mismo tiempo aplastada entre la cruz y la hoz y donde los crímenes de los nazis y de sus cómplices polacos están aún escondidos -literalmente: enterrados-. En una sucesión de planos fijos sin mucho diálogo, los pocos personajes aparecen siempre cortados, al borde del marco, como si fueran aplastados por el peso de la historia, como si estuvieran luchando para existir.
Al final del camino, Ida y Wanda decidirán quedarse fuera de esta sociedad, cada una a su manera, cada una siguiendo su destino. Sin embargo, a pesar de la sensación de ahogo que la habita, Ida es una película muy depurada que logra mostrarnos, ayudada en esto por su delicada fotografía y el talento de sus dos actrices, que frente a la fealdad de la sociedad siempre se puede encontrar destellos de belleza en el mundo.