Con el espíritu del mejor cine polaco
Quien acceda a esta película polaca sin saber nada de ella, fácilmente podría creer que es de comienzos de los 60, de esa época notable de Andrzej Munk, Jerzy Kawalerowicz, Rosewicz, Skolimowski, Zanussi, cuando la brecha abierta por el gran Andrzej Wajda permitió dejar atrás el "realismo socialista" y mostrar, o al menos sugerir, con un tono propio ciertas cosas hasta entonces imposibles de decir. Y ese tono era, en varios casos, de una enorme y fascinante tristeza, una amargura cargada de reproches que sólo podían deslizarse en voz baja y frases breves, una desconfianza de soledades vigiladas. Con una impresionante fotografía en blanco y negro.
Ocurre que esta película se ambienta en esa época, tiene ese mismo nivel y estilo de fotografía, con un formato propio de aquel entonces, y recoge su espíritu. No lo hace por experimentalismo ni mero antojo. Lo hace para meter al público más de lleno en el drama que quiere contarnos. Un drama de unas pocas personas, con un asunto que apenas parece trascender. Y del que poco se habla. Todo comienza en un convento. La madre superiora envía a una novicia al mundo exterior. Antes de tomar los votos, ella debe conocer a su única parienta, una tía que la dejó vivir olvidada en el orfanato, pero que tiene algo que decirle. Algo relacionado con su origen, y con el destino de los suyos.
La tía es una jueza medio alcohólica y viciosa, ya curtida, que como fiscal de Estado supo mandar al cadalso a varios "enemigos del pueblo", como llamaban los comunistas a los opositores ("al enemigo, ni justicia", decía por aquí un general, pero esa es otra historia). La tía es eso que vemos. Pero tiene cierta dignidad. Y la novicia, es judía. Recién se entera. Cuando chiquita, alguien la salvó del Holocausto. El asunto es saber entonces qué fue de sus padres, y de su hermano. El asunto, en esta historia, es ver cuánta cola de paja tuvieron los propios polacos en eso del Holocausto, y cuánto de esa mentalidad mantuvieron los comunistas durante su largo regimen.
Casi todo está sobreentendido, o dicho en voz baja. Incluso las confesiones de los culpables, que son confesiones a medias y medio desafiantes. Y envolviéndolo todo, el silencioso invierno. Película de climas, de evocaciones, de dolor aceptado pero injusto. Intérpretes, la jovencita Agata Trzebuchowska y Agata Kulesza (cuyo protagónico en el drama posbélico "Rosa" bien recordarán los habitués de Pantalla Pinamar y otros ciclos especiales). Fotografía, Ryszard Lenczewski, maestro. Coguionista, Rebecca Lenkiewicz, dramaturga. Realizador, Pawel Pawlikowski, un tipo que emigró a Oxford como estudiante, dirigió documentales durante diez años en la BBC, e hizo "Mi verano de amor" y otras historias inglesas. Curiosamente, ésta es su primera película polaca. Tremendamente polaca.