Ida

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

La vida en la tierra

Es casi del orden del milagro que se estrene Ida, la primera película polaca de Pawel Pawlikowski: filme en blanco y negro y en formato 4:3, austeridad estética, circunspección dramática, laconismo expresivo y un tema que no es frecuente en nuestras salas pletóricas de superhéroes y monstruos (los efectos a largo plazo del fascismo antisemita de la Segunda Guerra Mundial en la intimidad de sus sobrevivientes).

El plano inicial transmite la perfección pictórica del filme, que será la regla magna de esta película hermosa y triste. Ida, una joven pelirroja que está por tomar sus votos como monja católica, está terminando de pintar una escultura de Cristo. El encuadre es soberbio: en la parte inferior del plano el rostro de Ida luce puro mientras mira la figura del Altísimo. Es una constante distintiva, porque el orden proporcional de lo que se ve en el plano será extraño en la mayoría de los encuadres: la figura humana aparecerá absorbida por el espacio, una marca de la mirada del director, difícil de interpretar, pero placentera de contemplar.

No mucho después, sabremos que Ida es una sobreviviente. Sus padres y su hermano terminaron en una fosa. Ida es judía de nacimiento, pero desde muy pequeña fue educada en el mismo convento en el que ahora pretende ofrendar su vida a Dios. Algo cambiará para ella cuando responda a los requerimientos de un familiar suyo, más precisamente su tía, Wanda Cruz. Alguna vez procuradora del estado y gran luchadora por la justicia, según las palabras de un conocido en un tramo muy particular del filme. Como sea, el encuentro con su tía será tan traumático como parcialmente liberador.

Ida y Wanda viajarán hasta el corazón de las tinieblas, allí donde reposan los huesos de sus seres queridos. Lo paradójico es que al mismo tiempo que confrontan ese pasado ominoso que las convirtió en huérfana y alcohólica, respectivamente, también se reconocen y en poco tiempo aprenden a quererse. La tía será también el ejemplo de otro modelo de vida para su sobrina, aunque dadas las circunstancias elegir retirarse del mundo y sublimar la decepción de la vida terrenal confiando en la superioridad de otro mundo es casi comprensible. Para los sobrevivientes del mal, una noche de amor y el placer de un par de notas de John Coltrane no alcanzan para conjurar la desconfianza por este mundo.

Extraño contrasentido de Ida. Siendo un filme sobre sujetos que quieren abandonarlo, la sensualidad del mundo resulta una revelación constante y una fuente de placer óptico. Desde el plano del living de una casa con una ventana abierta hasta la postración mística de las religiosas en el momento de tomar los votos, todo lo que se ve denota cierta magnificencia del mundo material. En esa tensión entre dos mundos, este filme nos da una tregua frente a la invasión de efectos digitales. No hay nada más excitante que un plano bien filmado, a la vieja usanza.