“Ida”(Polonia, Dinamarca, 2013), de Pawel Pawlikowski, arranca cuando, a punto de tomar los votos para convertirse en monja, Anna/Ida (Agata Trzebuchowska) ,una joven dedicada a su pasión por la fe, recibe la directiva de la madre superiora de pasar un tiempo con su tía (Agata Kulesza) que vive en la ciudad.
Este pedido es recibido con mucho disgusto por la joven, ya que lo único que le interesa en el mundo es poder servir a la Iglesia, sin ningún tipo de condicionamiento social o de su entorno.
A regañadientes asume el viaje, y debido a que hace mucho tiempo que no sale del convento, en el que sigue una estricta rutina, todo será novedoso, desde subirse a un bus hasta caminar por las destruidas calles del pueblo de su tía.
El encuentro con Wanda (Kulesza) será obviamente un juego de contrastes, ya que la tía es una libertina jueza que de día ejerce su tarea de legislar y juzgar a quienes hayan participado del exterminio nazi en colaboración con los civiles, pero de noche es un alma descarriada que encuentra en el alcohol y el sexo una vía de escape para liberar la pesada tarea y rutina y olvidar algunos detalles de su pasado que iremos conociendo al avanzar la acción.
Entre ambas no habrá posibilidad alguna de congeniar, pero a medida que el encuentro se profundiza, y que a Ida se le revela su verdadera identidad, de hija de judíos desaparecidos en la guerra, su mundo de creencias religiosas se comienza a derrumbar.
En el derrotero que se desprende de la necesidad de encontrar los cuerpos de sus padres, se estructurará una dinámica digna de las mejores road movies protagonizadas por mujeres, a la que se suma un interés por revisar una de las etapas más sangrientas y crueles de la historia universal.
Pawlikowski genera un film que en la belleza de una fotografía en blanco y negro, nostálgica, envolvente, con planos detalles y escenarios naturales que respiran vida, más allá de las miserias que en los encuadres se van mostrando, que derrumba cualquier cliché sobre películas que intentan analizar algunas cuestiones propias de la dignidad humana, como el amor, la muerte, los asesinatos, la colaboración con causas nefastas.
Ida de a poco comenzará a relacionarse con el mundo. El salir del claustro y de las estructuradas rutinas a las que se sometió para poder superar su orfandad, van dejando lugar a una incipiente liberación de su ser, dando lugar hasta la necesidad de encontrar un amor.
Así, el diálogo, el alcohol, la música, la comida chatarra, todo comenzará a mostrarle algo del mundo que hasta el momento le estaba velado por una cuestión de necesidad imperante de unos votos a los que sólo se sometía para poder encontrarle sentido a su vida.
En cada paso que da, cada viaje, es una oportunidad de ver con otros ojos al mundo, hasta claro está, el momento de la revelación sobre el destino de sus padres y la manera en la que los hicieron pasar a una mejor vida.
Película de contrastes, con excelentes interpretaciones, y un mensaje positivo que supera el dramatismo de algunas de las situaciones que plantea, “Ida” resulta de visión imprescindible.