Un producto para una estrellita
Identidad secreta (Abduction, 2011) es, antes que fallida, anómala. Híbrido entre la puerilidad pensada para un público adolescente y una acción aséptica, fragmentada e indolora, el film del otrora promisorio John Singleton es un producto destinado al olvido fugaz que se yergue alrededor de la aura mediática de Taylor Lautner.
El licántropo de la saga Crepúsculo es aquí Nathan Harper, un joven que despilfarra su tiempo entre las fiestas estudiantiles y los entrenamientos físicos con su padre en una publicitaria mansión familiar. Una búsqueda casual en un sitio web de personas desaparecidas abre sospechas sobre su identidad, desatando cuestionamientos ante sus padres (María Bello y Jason Isaacs), que al fin y al cabo resultan no ser tales. Pero no hay tiempo para lamentos, ya que en plena discusión unos supuestos agentes federales asesinan a la pareja, dejando a Nathan sin certezas de su identidad. De allí en más, la CIA, la mafia escandinava (encabezada por Michael Nyqvist, el periodista de La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina- Millenium 2) y mercenarios del este europeo pugnarán por el secreto del torneado adolescente, fugado sin rumbo junto con su filito juvenil.
Lo primero que llama la atención de Identidad secreta es la firma. Sin ser un virtuoso ni mucho menos un autor, Singleton podía catalogarse como un director con oficio, de esos que garantizan el arribo de un proyecto a buen puerto. Él fue, además, uno de los máximos referentes –el otro es Spike Lee- de un cine de temática afroamericana surgido entre fines de los 80 y principios de los 90. Poco queda de aquella vitalidad. El director de Cuatro hermanos (Four Brothers, 2005) toma los códigos genéricos del cine de acción, los sumerge en una olla de suavizante y obtiene esto, quizá la única película de acción de la historia del cine donde las balas no perforan, las piñas no curten y los vidrios no tajan, causando muertes casi místicas en las que no se derrama ni una –ni una- gota de sangre. Y hasta groseros errores lógicos para la operatividad de las criaturas que habitan el film. ¿Cómo es posible que los mismos cráneos de la CIA capaces de intervenir todos y cada uno de los teléfonos que descuelga el protagonista no vigilen a su mejor amigo? ¿Con qué grado de impunidad la parejita pasa la noche durmiendo a la vera de la vía del tren donde se escaparon?
La asepsia formal y la incoherencia narrativa huele menos a casualidad que a estrategia comercial. Estrellita del fugaz firmamento juvenil, la figura de Taylor Lautner en una película que se vende de acción pero que no lo es connota la segmentación genérico-etaria al que se apunta. Esto es, las hordas de adolescentes que deliran en Crepúsculo. De allí la introducción antónima a la rispidez de Singleton, con una serie de estereotipos y lugares comunes dignos de Beverly Hills 90210 o Disney Channel. Lo que no necesariamente está mal –ver Rápidos y Furiosos 5: Sin control, una de las películas del año-, pero aquí se lo reviste con una pátina de seriedad y búsqueda de empatía inverosímil. La escena del pecheo y posterior desafío a trompearse cuan primates irracionales entre del actual novio de la vecina de Nathan es paradigmática.
Identidad secreta es un producto calculado y descuidado, una suerte de sátira de las películas de acción discordante con la misma lógica que ella plantea. Una película olvidable, como su protagonista.