Mi papá es un chanta... y un ídolo
En los escasos cinco meses (marzo-agosto) que pasaron desde el inicio del rodaje de Igualita a mí hasta su estreno comercial escuché en el ambiente varias voces de preocupación sobre la marcha del proyecto: que costó encontrar el director, que hubo ciertos problemas con los tiempos, que se produjeron muchas discusiones con el corte final... Fui, por lo tanto, con cierta cautela a la proyección de prensa y la verdad es que 110 minutos más tarde salí bastante conforme y... aliviado.
Me intrigaba saber cómo sería el trabajo de Diego Kaplan, un realizador indie que ocho años atrás había mostrado algunas cosas interesantes en ¿Sabés nadar? y que -luego de algunas incursiones en la pantalla chica, pero sin haber vuelto al cine- trabajaba ahora por "encargo" para la principal productora del medio local (Patagonik). Ya entraré en el análisis más específico de los méritos y carencias del film, pero lo primero que hay que decir es que Kaplan consigue de entrada y mantiene durante casi todo el relato un buen timing para la comedia (tanto física como verbal) y que su puesta en escena es más que digna, sólida, serena, sorteando incluso cierta tendencia a la factura (léase vicios, facilismos) "televisiva". La dirección de actores (tanto del dúo protagónico como de los muy buenos personajes secundarios) también está por encima de la media local.
Otro aspecto que me interesaba -casi tanto como el narrativo- era el técnico: la película se rodó con la hoy muy de moda cámara RED ONE y la proyección que se nos ofreció a los críticos y cronistas fue en una de las salas digitales que se suelen usar para los films en 3D. La calidad de imagen y sonido fue inmejorable: dudo mucho que el público pueda apreciarla en esas mismas condiciones en cualquiera de los cines que tengan copias en fílmico.
¿Y la película?, se estarán preguntando a esta altura los lectores. Digamos que está bien (por momentos muy bien), pero a mi gusto se queda un punto por debajo de Un novio para mi mujer. Sí, hay bastante de fórmula y de caricatura, pero la cosa funciona. Es más, diría que durante su primera mitad (y aunque las feministas se horroricen con el machismo estereotipado del chanta que interpreta Adrián Suar) el film se disfruta con esa ligereza y fluidez que el género necesita y el espectador agradece. Los problemas empiezan a surgir en la segunda mitad, cuando la historia se torna cada vez más y más sentimental, cuando cede a la dictadura de la corrección política y termina siendo absolutamente condescenciente y demagógica.
La propuesta es sencilla y bastante eficaz: Freddy (Suar) es el típico soltero cuarentón que vive de fiesta en fiesta, de conquista en conquista (casi un émulo de Isidoro Cañones), evitando cualquier tipo de compromiso o responsabilidad (vive de la empresa del hermano mayor y de cierta capacidad para el "chamuyo"). Su vida cambia por completo cuando Aylin (Florencia Bertotti) aparece en su vida para contarle que no sólo es su hija (producto de un fugaz romance con una adolescente durante un viaje de egresados a Bariloche) sino tambien que él va a ser... abuelo.
Igualita a mí -que según mi percepción tiene un destino casi inevitable de gran éxito comercial- coquetea en varios pasajes con la negrura, la audacia y la irreverencia (es notable una escena muy zarpada entre Suar y Claudia Fontán, una peluquera también cuarentona que puede sacarlo de su obsesión por los romances pasajeros con jovencitas), pero -más allá de que siempre sostiene una mínima dignidad- va decayendo en su segunda parte, cuando el padre busca reconciliarse y redimirse con su hija, aparece una viejita como posible víctima de un fraude inmobiliario y la cosa se pone demasiado conservadora en todos los ámbitos. Así, la película termina siendo "sólo" buena y demasiado igualita a muchas otras.