La broma trágica de Mussolini
Vanidades, incorrección política, lugares comunes y metáforas: el filme tiene un humor bien ácido.
Comedia dramática en tono posmoderno, Il nome del figlio es un juego de provocaciones verbales durante una cena entre amigos. Los dueños de casa, Betta (Valeria Golino) y Sandro (Luigi Lo Cascio), un profesor intelectualoide de izquierdas adicto a Twitter, invitan a cenar a Paolo (Alessandro Gassman), hermano de Betta, a su pareja Simona (Micaela Ramazzotti), una bella autora de un best seller erótico que además está embarazada, y a un amigo histórico, Claudio (Rocco Papaleo). Entre todos van tejiendo una larga noche de chicanas, revelaciones en la que reina el cinismo, los pases de factura, y un cierto revisionismo histórico político que sitúa a los protagonistas a izquierda y derecha en un juego de roles con diálogos teatrales y el sustento de algunos flashbacks que no agregan mucho.
Basada en el éxito del teatro francés Le prenom (El nombre), que también tuvo su versión cinematográfica, la película de Francesca Archibugi es fiel al formato y a los diálogos de su antecesora, salvo que aspira a cierta tradición cómica del cine italiano, y se apuntala en la historia político cultural de su país. El desencadenante es Paolo, un acomodado corredor inmobiliario que se asume de derecha en su afán de provocar. Ni bien llega a la cena cuenta que su hijo tiene una malformación y sume a todos en la pena, aunque no pasa de ser una broma. Luego, en tono serio, va a desatar una tormenta cuando revele el supuesto nombre que le pondrán al niño. Benito, como Mussolini.
La decisión provoca un juego de roles mientras la noche avanza por una difícil frontera de hipocresía y realidad. Aparecen rencores y secretos. Y por supuesto, prejuicios. El síndrome de Stendhal y Benito Cereno, la obra de Melville, compiten con la figura deshonrosa de Mussolini, ligado a la triste historia familiar de los Pontecorvo, el núcleo sanguíneo de esta noche de disputas.
Vanidades, incorrección política, danzas de lugares comunes inteligentes, plantean ese humor ácido para distinguir autenticidad y ficción. Choca, es cierto, un cierto posicionamiento a favor de Simona, la escritora popular. Y sobresale la mirada cándida de los niños que siguen los sucesos de la noche a través de un dron, en blanco y negro. Como en Melville, gana el juego de metáforas de las jerarquías sociales y corrección política, en una noche que puede sonar familiar.