EL SENTIDO DE LA VIDA
Es curioso lo que pasa con Il nome del figlio, adaptación italiana de la obra de teatro francesa Le prénom que ya había tenido una versión cinematográfica gala dirigida por sus propios autores, Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière. Y es que la versión italiana dirigida por Francesca Archibugi comprende mejor el tema y es más profunda en el conflicto humano de los personajes que la original, más allá de que todo esto -por cierto- no termine por redondear una gran película. O, al menos, una mucho mejor.
En Il nome del figlio se da nuevamente el encuentro de un grupo de amigos y parientes, una cena que comienza a desbordarse cuando uno de ellos bromea con la posibilidad de llamar a su próximo hijo con un nombre poco recomendable por la pregnancia cultural que involucra: en el original era Adolf, aquí es Benito. El conflicto es interesante, porque de alguna manera reflexiona desde un espacio muy prosaico sobre las categorías sociales vinculadas a objetos o nombres propios, y que en este caso permiten una mirada política, incluso ideológica sobre cómo nos vinculamos con la historia. Lo que surge aquí es el cruce entre la clásica izquierda italiana representada en Sandro contra ese nueva Italia rica, liberal y embrutecida que representa Paolo. Unas de la virtudes de Le prénom -virtud que arrastra clásicamente el vodevil francés- era la de poder sintetizar y estereotipar conductas, y aún entre los lugares comunes funcionales, problematizar la crisis de los diversos estratos sociales. Si el izquierdista Sandro tiene conciencia de clase, eso no le impide ser un machista y maltratar bastante a su mujer; si el materialista Paolo está orgulloso de eso que representa, eso no le impide sentirse minimizado intelectualmente ante los otros. En la vorágine que construyen ambos personajes (cuñados en la historia que cuenta la ficción), se suman los otros, que de alguna forma representan otros lugares comunes: el artista sensible posiblemente gay, la ama de casa invisibilizada, la frívola que en algún momento demuestra una sensibilidad superior.
Pero lo que hace Archibugi para ser un poco más gratificante que su original francés, tiene que ver tal vez con la propia esencia italiana de su propuesta. En primera instancia el acierto es formal, porque incorpora una serie de flashbacks que nos muestran los orígenes de los personajes, dándole aire al relato. La directora no tiene que estar necesariamente orgullosa de palabras que le son ajenas, por lo que se toma otras libertades a la hora de recrear la historia y eso le saca el lastre de lo teatral. Pero, y acá lo fundamental, a partir de esos flashbacks y del peso que tiene en la cultura italiana el tema de la paternidad, Il nome del figlio es más sensible y consciente de la apuesta y de lo que ponen en juego sus criaturas: el peso de la circularidad de la vida, de que lo que importa en definitiva es lo que los trasciende, aquello de lo que en definitiva hablaba un John Lennon, es capturado de alguna forma por la cámara y le permite al jueguito intelectual e ingenioso que propone el original una dosis mayor de melancolía. Más allá de lo grosero de algunos momentos. Si la original era más cerebral en función de cómo los diálogos se iban articulando y en la forma impiadosa en que los personajes se destrozaban ante nuestros ojos, Il nome del figlio es más emocional, más sanguínea. Será así o será que las raíces italianas me tiran más.