Se sabe dónde se comienza pero no se sabe a dónde se va
¿Multiplicar la frecuencia de cortes en el montaje simboliza vitalidad en una película? Ilse Fuskova (2021) muestra esto técnicamente gracias también a lo versátil de la artista homónima. Ilse narra con calidez sus tantos oficios mientras los planos y las ubicaciones de la cámara en mano multiplican distintas maneras de verla.
Al comienzo la obra registra esta proactividad de Ilse reunida con la asociación Conciencia Solidaria por su nonagésimo cumpleaños. Y más de cincuenta cortes en menos de cuatro minutos son el preámbulo celebratorio para las escenas posteriores.
En ellas, la activista les narra a las entrevistadoras, incluida Feijó, la Alemania donde “todos tenían que ser nazis”. También habla de sus años como azafata en Buenos Aires, su primer matrimonio, sus colaboraciones en diversas revistas, y sus relaciones lésbicas.
Entre muchas anécdotas, Santa Ana y Feijó también muestran el material de cuando la invitaron al programa de 1990 de Mirtha Legrand. La afamada conductora entrevistó a Ilse junto a otras figuras del mundo queer.
Visualmente los amarillos anticuados de Legrand contrastan con el tono auténtico de sus preguntas. Y la bufanda violeta de Fuskova remarca la claridad de sus respuestas y la estridencia visual del set.
Hallazgos audiovisuales como este son reforzados por el uso de material de archivo en medio de collages que están narrados con humor y precisión investigativa. Sin embargo, los montajistas Flavia del Lucca y el mismo Santa Ana distraen el discurso de las entrevistadas por esa frecuencia tan reiterada de los cortes y el orden de algunos segmentos.
Esta propuesta termina contradiciendo la franqueza de Ilse y la calidez de las entrevistadoras. Porque en contraste con el discurso de activistas como Adriana Carrasco, quien la acompañó en su vida política, las primeras participaciones de María Laura Rosa oponen lo mundano de Ilse. Probablemente su lenguaje académico distraiga, y llega tarde la escena donde esta investigadora de la obra de Fuskova profesa el afecto por la artista. Tal desorden estructural sabotea su claridad política, afectuosa y por lo tanto memoriosa.
Tienta poner en contexto lo desprolijo de la obra con la delicadeza técnica de aquel documental Grete Stern, la mirada oblicua, estrenado hace cinco años. Estaba enfocado en la fotógrafa que compartió con Fuskova estilo artístico y mencionada también acá.
Sin embargo el problema en esta ocasión es de montaje, no de cuidado visual. Y persiste con una coda redundante sobre el legado de Ilse cuando fácilmente la obra pudo cerrar con la escena previa donde ella lee en voz alta un texto sobre enfrentar la vejez.