Expreso a la adrenalina
Hace poco más de un año, Tony Scott trajo Rescate en metro 123 (The Taking of Pelham 1 2 3, 2009), remake de un clásico de los setenta que narraba las peripecias de un operador de subte devenido en héroe cuando secuestran a la formación del título. Ahora llega el turno de Imparable (Unstoppable, 2010), suerte de versión mejorada de aquella otra: aquí no hay matices ni psicologuismos sino el enfrentamiento puro entre el hombre y la máquina. El resultado es una de las mejores películas de acción de los últimos años.
La trama gira en derredor de un tren fuera de control cargado con productos químicos y combustible que se dirige directo a una ciudad plena de habitantes. En esa misma vía una locomotora comandada por un ingeniero (quinta colaboración del director con Denzel Washington) y un flamante conductor (Chris Pine) procurarán perseguirlo (sí, perseguirlo. ¡En la vía!) para detener la inminente catástrofe.
No es una novedad que los cineastas siempre se fascinaron por la magnificencia visual y sonora del tren, algo que ya se vislumbra desde los cortos bautismales de la historia del cine. La escena inicial de Imparable es, además de una ubicación espacial para el espectador, un retorno a las fuentes primitivas del cine. En tiempo de efectos digitales y 3D, Scott hace un acto de militancia tomando a las locomotoras desde un contrapicado que bien puede ser un retorno a aquella fascinación iniciática por la tecnología más táctil y aprensible. Imparable es más homenaje al cine ochentoso que Los Indestructibles (The Expendables, 2010), en cada uno de sus planos hay más amor y sabiduría que la tibieza timorata de Robert Rodríguez y su Machete (2010).
Si hay algo innegable en Imparable es la plena autoconciencia de su condición: no pasan más de un par de escenas para que la mole férrica esté rodando sin control por las rieles norteamericanos. Hay allí una depuración del habitual estilo Scott. Si en Rescate en el Metro 123 dotaba a sus criaturas de un gramaje supuestamente humano y “psicológico”, pero a todas luces artificioso (recordar las explicaciones del personaje de John Travolta), aquí hay dos esbozos sobre la vida de los protagonistas. Y hechos de una forma tan crasa que hablan de un cineasta dispuesto a transitar los lugares comunes a la mayor velocidad posible, como si fuera la consecuencia colateral del cine de acción, para luego sí dar paso a lo verdaderamente importante.
Scott continua con la línea de aquellos trabajadores clase media en cuyas manos radica la salvación no del mundo, pero sí la capacidad para evitar un desastre de enormes proporciones: son los hombres cotidianos sometidos a situaciones que no son tales. Pero lejos de un panegírico a la vilipendiada clase trabajadora norteamericana –la más damnificada desde la explosión de la burbuja inmobiliaria en 2008-, Imparable los tiene allí por la pura circunstancialidad de los hechos que se narran. Película dinámica de principio a fin, larga voltereta de montaña rusa de poco más de hora y media de duración, Scott edificó la que quizá sea la película con menos connotaciones políticas de su carrera. Es curioso ver cómo los supuestos antihéroes, aquellos que reposan en la comodidad de las oficinas, son menos maliciosos que zopencos, y los buenos lo son –como se dijo- por que el destino los puso allí.
Poco importa la lógica o no de las situaciones planteadas. Imparable es una relato de acción atrapante e intenso como pocos, guiado por la sabia mano del viejo Tony Scott, cada día mejor que su hermano.