Dos a uno
En enero se estrenaron muchas películas, justo en un mes en el que no tuve demasiadas oportunidades de ir al cine, por lo menos a ver estrenos. El trailer de Gulliver y la abrumadora mayoría de comentarios en contra me hicieron descartarla. Y lo mismo ocurrió con El turista, en este caso con el agregado del nombre del director (el mismo de La vida de los otros). Pero había varias películas que quería ver y sólo un día para verlas. Así que me armé un triple programa.
Volví a ver Más allá de la vida, de Clint Eastwood, y fue otra vez un placer. Un placer ligeramente distinto. Cuando uno ve las películas por segunda vez, no hay tanta atención sobre el argumento y se suele observar más y mejor los detalles. Claro, hay películas que quedan secas luego de verlas una vez (o uno no sabe o no puede extraerles más). Pero la película de Eastwood (y del extraordinario guionista Peter Morgan, y de los extraordinarios actores) pone en juego mucho más que un argumento, y forma un entramado de elementos solidarios, puestos en secuencias de apariencia simple pero que evidencian una maestría y una seguridad en la escritura fílmica que están lejos de ser comunes en el cine contemporáneo. Es casi injusto destacar una secuencia por sobre otra, pero un director que puede narrar como narra el tsunami y esas clases de cocina es alguien en pleno manejo de su arte, alguien que domina diferentes tonos y las más mínimas implicancias de un gesto o una inflexión de la voz de sus dirigidos, es un maestro completo, es uno de los grandes.
Vi Somewhere, de Sofia Coppola. Y sigo considerando que su única gran película hasta el momento es Perdidos en Tokio. Somewhere es una película negativa. No, me corrijo; no es negativa, es más bien nula. Las películas negativas no son así de lánguidas, displicentes, apáticas, apagadas. Las películas negativas tienen furia, rabia, pueden aspirar a la poesía. Million Dollar Baby de Eastwood es una película negativa, y Más allá de la vida una positiva, pero están lejos de ser nulas. Otro día quizás desarrolle esta idea, pero volvamos a la nulidad de Somewhere, que muestra los días que pasan en la vida de un actor de Hollywood, su hastío, su hastío, su hastío, su relación con su hija. Sofia insiste en hacer un cine opuesto al operístico y pasional de su padre. Lo malo de esto es cuando cree que eso implica vaciar sus películas de pasión y de gracia y entonces queda en la mera pose, como en este caso y en Maria Antonieta (su padre Francis, incluso en sus películas más pequeñas, como la injustamente olvidadas Jardines de piedra y Jack, se entregaba a las pasiones). En Somewhere Coppola despliega las rutinas de un muerto en vida (su padre lo hizo con la virulencia de su poética pasión en Drácula): un actor con poder, popularidad y dinero, un adolescente eterno, indolente, nulo. Pero el problema de la película no es su tema sino su forma (como siempre, el qué es el cómo): apenas unas viñetas en general estáticas que ilustran abundancia, languidez, hastío, aburrimiento, indolencia, lujo, y otra vez lo mismo en loop (de ahí, nos explica Sofia en la primera secuencia, esas vueltas estériles en coche). La presencia de la hija del actor aporta un poco de vida, pero su módica energía se diluye en este film plano, chato, que puede resultar desesperante porque consume, aniquila nuestro tiempo, lo evapora sin dejar sedimentos. No, Somewhere no es una película horrible. Es, otra vez, una película nula. Me la imagino con una duración de dos minutos, convertida en una buena secuencia de montaje sobre el hastío de este actor pajarón en una película mayor, en el sentido de más generosa y perdurable, como Sofia supo hacer en Perdidos en Tokio.
El día iba uno a uno, y lo desempató a favor (muy a favor) Imparable de Tony Scott. Hay muchas películas de Scott que no me gustan: Hombre en llamas me parece espantosa, Juego de espías tediosa, su remake del Pelham 123 una tontería, y Deja Vu no me gusta tanto como a otros críticos. Pero Scott puede hacer grandes películas: pocas semanas atrás volví a ver Enemigo público y no sólo es el vibrante thriller político con grandes personajes que recordaba, sino además una reflexión muy entretenida y punzante sobre la sociedad de la vigilancia que se adelanta a su época (la película es de 1998 y parece describir los Estados Unidos pos 2001). Imparable es algo así como la corrección de Rescate del metro 123. Ahora no es un subte sino un tren. Un tren sin control, no un subte secuestrado por los villanos. Los villanos acá son más difusos (apenas algún jefe arrogante, amarrete, acomodaticio, con poco sentido de la dignidad y la aventura), o más bien inexistentes. Se trata de una aventura contra una máquina desbocada, una aventura sobre la tenacidad, una historia americana, estadounidense hasta la médula, que celebra algunos pilares de esa sociedad industriosa, en movimiento, y hasta exhibe algunas de sus contradicciones. Es, por otra parte, una película sobre el heroísmo de los trabajadores, a quienes ensalza mucho más –y con más energía, y con más músculo y con más variantes, y con mejor forma cinematográfica– que tantos documentales bienpensantes y limitados. Imparable es cine político. Y no a pesar de ser “un entretenimiento bien armado”. De hecho, aumenta su potencial político por pertenecer a ese gran cine narrativo y comunicativo que conoce la tradición y la hace estallar (los planos de Scott tienen poco de clásicos) para fortalecerla con inyecciones de adrenalina y contemporaneidad.