¡¡¡FRENEN ESE TREN!!!
Aferrarse bien a la butaca, tener cerca algún tipo de tranquilizante y hacer toda la fuerza posible para poder frenar mentalmente este imparable tren. Estas son las principales sensaciones que aparecen en el film de Tony Scott, una cinta de acción que desde el comienzo desarrolla un ritmo veloz y una rápida edición, y que, pese a su simpleza, triunfa por la manera en la que fue llevada adelante.
La historia es extremadamente sencilla y no va más allá del principal conflicto: un tren sin frenos ni maquinista y que va acelerando progresivamente, va justo por la misma vía en la que Will y Frank están trabajando. Ellos van a tener que salir del camino y luego tratar de frenar a esta locomotora.
El desarrollo argumental es básico y no se plantea ninguna otra situación más que el principal hecho por el que la historia gira, salvo por algunas llamadas telefónicas y un bien logrado momento en el que Will cuenta la relación con su esposa. Pero, pese a esto, la cinta procura contar con lujo de detalles las aventuras de los protagonistas al tratar de salirse de la misma vía que el tren y tratar de frenarlo, y aunque cueste creerlo, no hay momento que esté de más gracias al excelente manejo de los tiempos que el director realiza y al muy buen trabajo de edición y de cambios de cámaras que adornan y hacen más atractivo y tenso el viaje.
Se pueden apreciar todos los ángulos imaginables cerca de los trenes: hay cámaras fijas por debajo de los mismos, movimientos que crean un peligro visual muy bueno, muchos encuadres picados acompañados de pequeños movimientos para crear vértigo y desesperación justo cuando la máquina pasa, planos generales muy bellos en los que se pueden ver a los trenes en su totalidad, y una rapidez muy bien lograda gracias a los cortes entre escenas y a la práctica e intencionalmente veloz edición.
La característica que aquí más se destaca es precisamente el conflicto de la historia, o sea, frenar el tren. Para que se cree una expectativa y a la vez una locura muy peligrosa al momento en el que los protagonistas deciden participar en el acontecimiento, se llama a un recurso que magnifica y potencia todo lo que está por suceder y que crea un realismo, aunque algo forzado por momentos, muy bien logrado: el periodismo. Al comienzo las reacciones de los medios de comunicación se presentan muy distanciadamente, procurando no entrar en detalles y dándole lugar a que el hecho se desarrolle con tranquilidad y tiempo, al mismo tiempo que se plantea todo el trasfondo político y económico por dentro de la empresa ferroviaria y se inspeccionan las posibles consecuencias de un descarrilamiento de la máquina. Pero, luego de cierto momento el espectador comienza a ver casi todo el tiempo la supuesta cámara televisiva que va documentando los hechos y puede escuchar el relato de los distintos periodistas que van comentando las decisiones de los personajes. Esta característica le aporta mucha versatilidad y una verosimilitud correcta.
Las escenas de suspenso están muy bien logradas, al igual que las de acción. A partir de cierto momento, la cinta no para, no frena ni un segundo y comienza a desarrollar escenas excelentes visualmente que, acompañadas de una técnica muy bien aprovechada, son de lo mejor visto en el género del 2010.
Ahora bien, hay muchas cosas que se le pueden cuestionar, principalmente a los últimos 10 minutos de duración, que no solo son muy rápidos y no se desarrollan con profundidad las reacciones posteriores al acontecimiento (tampoco era necesario), sino que se cae en la típica resolución de este tipo de películas y en todo momento se juega mucho con los límites entre la fantasía y el realismo.
Con actuaciones correctas por parte de Denzel Washington, Chris Pine y Rosario Dawson (son buenas, pero no son protagonistas en la historia), con un tratamiento visual envidiable, con un dinamismo, una locura, suspenso y acción muy bien lograda, y una premisa muy simple pero no por ello menos efectiva. Entretenimiento de calidad.
UNA ESCENA A DESTACAR: la curva