Con los testículos en la garganta
Es imposible no reconocer un film de Tony Scott. Ni Spielberg, Godard o Bergman son tan fieles a sí mismos a nivel visual como lo es Tony Scott. Basta ver un plano para reconocer uno de sus films. El hermanito de Ridley ha construido a lo largo de 30 años de carrera, una de las filmografías más regulares de la historia del cine en general.
Tiene grandes trabajos entre los que podríamos contar a gemas del thriller como Top Gun, Escape Salvaje, El Ultimo Boy Scout, Juego de Espías, El Fanático, Un Detective Suelto en Hollywood II o Enemigo Público y otras que no fueron tan satisfactorias como Domino, Revancha, Días de Trueno o Deja Vu. Y ni hablar su genial ópera prima, El Ansia. En el medio podríamos ubicar a Marea Roja, Hombre en Llamas, la remake de Rescate del Metro 123. Mientras que Ridley es el pretencioso, que siempre se balanceó entre los géneros épicos (Gladiador, Cruzadas, Robin Hood), la ciencia ficción y fantasía (Alien, Blade Runner, Leyenda), inclusive mediocres comedias (Los Tramposos, Un Buen Año) o películas inclasificables (Hasta el Límite, Thelma & Lousie, Hannibal) desorientando a críticos y cinéfilos (en todos los géneros tiene alguna obra destacable y en todos una deplorable), con Tony no hay tanta discusión: el hombre conoce su oficio y hace el mismo género hace tanto tiempo y de taquito. Cualquier pifie, termina siendo perdonable. Nadie busca en sus obras, LA película del año, sino un agradable pasatiempo. Una distracción que divierta y mantenga atado al espectador a la butaca. Y cuando se dice que nuevamente, contará con la presencia de Denzel delante de la cámara, podemos garantizar que el trabajo estará a la altura de las expectativas.
E Imparable no está a la altura de lo que se esperaba. La supera. Si con Rescate del Metro supo meter al espectador en tensión constante gracias a un inteligente duelo de personajes, Imparable es un ejercicio cinematográfico de lujo. Una clase de montaje y de cómo construir suspenso a partir de ello. Los protagonistas de la película son los trenes y el azar. Una serie de eventos desafortunados, parte de culpa humana y parte de mala suerte provocan que una locomotora que lleva vagones repletos de compuestos químicos se ponga en funcionamiento sola. Encima, el maquinista no dio a tiempo de enchufar los frenos. Al mismo tiempo Scott nos presenta dos historias paralelas: un veterano maquinista (Washington, sólido, preciso y con todos los tics y manías que lo caracterizan), que debe mostrarle el trabajo a un joven nuevo empleado (Chris “Capitán Kirk” Pine, cada vez mejor actor) que puso en los rieles, el sindicato. Más allá de las previsibles fricciones iniciales, ambos serán los héroes ocasionales de la historia. Y la química entre los actores funciona perfectamente (otro mérito en toda la obra del director). Además Scott para acrecentar la tensión nos pone en la vía del tren “imparable” otro repleto de chicos. Y ahí, en los pocos minutos que dan comienzo al film nos anuncia que estaremos frente a uno de esos thrillers que le gustaban a Hitchcock, pero que el nunca hubiese hecho. Scott constantemente juega con el conocimiento del espectador y el desconocimiento de los personajes.
Acá no hay obvios villanos (más allá de un corporativo de la empresa ferroviaria), sino la clásica lucha del hombre contra el tiempo. Como siempre, los protagonistas de Scott son personas sufridas que han pasado por cuestiones delicadas en el pasado y tienen la oportunidad de redimirse. Acá no es la excepción y este aspecto de los protagonistas, ayuda a humanizarlos. Que hay lugares comunes, clisés y diálogos imposibles, es cierto, para también es verdad que no molestan, dadas las circunstancias. Acá, lo importante es saber como los protagonistas, con la ayuda de algunos personajes fuera de las vías, van a poder detener el tren.
Scott da poco descanso. La adrenalina va in crescendo hasta el punto de que el espectador mismo está saltando por los vagones junto a Denzel y Chris. Básicamente, Scott nuevamente provoca que tengamos que vivir una hora y media con los testículos en la garganta.
Como vuelvo a decir los méritos no provienen únicamente de Scott y su buen instinto para montar la cámara y la películas, sino que también de los editores, Chris Lebenzon (acostumbrado a trabajar también con Tim Burton) y Robert Duffy, así como de Ben Serensin, el director de fotografía capaz de generar los climas fríos que Scott siempre busca en sus obras y de Harry – Gregson Williams que aporta una banda sonora a puro nervio, pero que en ningún momento sobrepasa en tensión a lo que Scott muestra con la cámara.
En la semana que perdimos al creador de mejor persecución de la historia del cine (Peter Yates por Bullit), Scott da una clase sobre persecuciones, que hace recordar un poco a la de Contacto en Francia. Gene Hackman siguiendo al tren. Lo que en aquella duraba 10 minutos, acá es toda una obra.
Intensa, divertida, clásica e inteligente. ¿Cuanto es real de la historia, cuanto ficcionado? La verdad, no importa. Tony Scott, un autor, artesano del género, nos regala un excelente ejemplo de por qué los thrillers siguen siendo un placer culpable de cualquier cinéfilo.